29 de enero de 2013

La verdad, la razón y la ciencia


LA VERDAD, LA RAZÓN Y LA CIENCIA
¿Existen o no las verdades absolutas?

 
Ponencia presentada en el I Foro Latinoamericano de estudiantes de Filosofía. Universidad de Antioquia (Medellín), 7, 8 y 9 de marzo de 2012

Por Juan Jacobo Ibarra Santacruz, estudiante de Filosofía de la UDENAR, miembro de Universidad y Ciencia.

 Introducción
 La ponencia no pretende configurar una nueva propuesta dentro del ámbito de las ideas. El objetivo es más bien tomar distancia de ciertas corrientes de pensamiento que han venido ganando terreno hace ya varias décadas, convirtiéndose en una tendencia dominante dentro de la intelectualidad contemporánea. Lo que señalo en esta ponencia ya ha sido dicho y reiterado muchas veces por quienes han asumido una posición coherente con los hechos prácticos planteados teóricamente y sustentados en la práctica, con respecto al potencial cognoscitivo del ser humano.
 Se trata de una defensa del conocimiento científico, con las herramientas filosóficas que nos da el materialismo dialéctico, cristalizadas en la relación que dicha línea ideológica establece entre los aspectos relativo y absoluto de la verdad.
 La cuestión epistemológica acerca de la cual se reflexionará permite esclarecer importantes cuestiones fundamentales dentro del quehacer filosófico, evitando así naufragar en el mar de oscurantismo y confusión posmodernista que rige el pensamiento filosófico actual. Es una apuesta por rescatar la capacidad humana de buscar y alcanzar la verdad, recorriendo el incesante, y muchas veces escabroso, espiral dialéctico que traza la ciencia dentro de la historia y en esencial  relación con la sociedad y la necesidad humana. Este último aspecto pondrá en claro la íntima relación entre desarrollo científico y progreso material y espiritual de la sociedad: cómo la sociedad influye sobre el desarrollo científico y cómo el desarrollo científico influye sobre la sociedad. Concluiremos que es evidente que en países como el nuestro, sometidos al atraso, la miseria y a la coyunda de potencias foráneas, es una exigencia un modelo educativo cuyo eje principal sea la ciencia y la investigación científica como palancas para el desarrollo económico y cultural de sociedad.
 Las ideas que expresaré representan principios obvios o elementales con respecto a problemas epistemológicos generales. Mas no por ello dejan de tener importancia fundamental, mucho más en esta época, en la cual, concatenado al auge del oscurantismo posmoderno dentro de los intelectuales, se suma todo tipo de charlatanería y superstición que promueven los medios comunicativos y que hormiguea en las calles como una peste que amenaza la salud pública.
 Como la idea es defender el conocimiento científico como el vehículo para llegar a la verdad objetiva, empecemos, pues, por la noción de verdad.

La noción de verdad
 La verdad no existe como ser independiente. La verdad no es una entidad tangible que podamos atrapar mientras flota por fuera de nuestras cabezas. Los objetos del mundo son reales pero no son verdaderos ni falsos. Las cosas simplemente son entidades materiales. Debemos definir la verdad, sí, como el grado de aproximación que nuestra mente puede alcanzar con respecto al mundo objetivo, por lo que se trata de una relación entre el sujeto cognoscente y el objeto cognoscible en la que, para considerarse un conocimiento como verdadero, debe el primero ajustarse rigurosamente a la objetividad que le plantea el segundo.
 ¿Podemos hablar, entonces, del carácter verdadero de una determinada idea, de una afirmación, de un conocimiento, de nuestras opiniones? Nuestras opiniones, ideas, son verdaderas en la medida que reflejen acertadamente la realidad objetiva. Nuestra mente es capaz de abstraer lo que sucede en el mundo exterior convirtiéndolo en imágenes, reflejos y representaciones mentales mucho más profundas que el simple conocimiento sensorial. Esto sucede a través de la marcha dialéctica en la que el individuo parte de la observación del mundo sensitivo (desde la práctica) hasta lo abstracto, mental y racional (lo teórico) y luego debe volver al mundo sensitivo, a la práctica, en donde se puede determinar si aquella elaboración mental posee un carácter verdadero o falso. He aquí la unidad inseparable entre teoría y práctica.
 Marx decía en su segunda tesis sobre Feuerbach que “el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad, el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica, es un problema puramente escolástico”.
 El conocimiento parte de la práctica y es llevado al cerebro humano, en donde a través de distintas operaciones es convertido en una idea sólida y mucho más elaborada que el simple conocimiento sensorial, después debe ser llevado nuevamente a la práctica para comprobar la veracidad o falsedad de las teorías producidas. En este proceso, repetido una y otra vez, se encontrará que este reflejo de la realidad es falso total o parcialmente, por lo cual debe volver a la mente para ser desbrozado de su parte falsa, llevarlo a la práctica e ir correspondiéndose con la realidad para configurarse como verdad. Es precisamente aquí en donde entran a jugar un papel importante los aspectos relativo y absoluto de la verdad.
 El conocimiento será siempre incompleto, pues se encuentra sometido en todos sus casos al nivel de desarrollo material de la humanidad, es decir, tiene un carácter histórico y social.  Más por ser incompleto, no por ello es incapaz de brindarnos importantes trazas de verdad, así como el aspecto absoluto y el aspecto relativo de esa verdad. Cuando decimos que contiene un aspecto absoluto, nos referimos a que es una representación de la realidad absolutamente cierta e irrebatible en la posteridad; la verdad absoluta es esa parte de un conocimiento que permanecerá inamovible en el futuro y sobre la cual, necesariamente, se deberá edificar cualquier desarrollo ulterior. Cuando hablamos de su aspecto relativo queremos decir que esas representaciones son siempre susceptibles de ser profundizadas y perfeccionadas de tal modo que nos brinden una verdad cada vez más completa y enriquecida por la práctica en concordancia con el carácter acumulativo de la ciencia.
 Todo conocimiento está más o menos limitado a sus condiciones históricas. Por ejemplo, la teoría de la evolución contiene aspectos de verdad absoluta por cuanto refleja una verdad irrebatible: que el hombre y la multiplicidad de especies provienen de un larguísimo proceso evolutivo que ha tardado miles de millones de años y que por lo tanto el origen del hombre encuentra su lugar en causas naturales, opinión contraria a como lo plantean las diversas escuelas creacionistas. Esta es una teoría que contenía, en su momento, aspectos de verdad absoluta aunque también albergara algunos vacíos que constituyeran su aspecto relativo. En ese sentido, si bien la teoría de la evolución de las especies era en esencia una verdad absoluta, aún no explicaba cómo se transmitían los patrones genéticos heredables y responsables, a la larga, del proceso evolutivo; por lo tanto era relativa a su momento histórico y complementada ulteriormente con los conocimientos logrados en el campo de la genética y con el descubrimiento de la molécula del ADN, conocimientos que constituyen igualmente una verdad absoluta que se va desarrollando a través del tiempo y va ensanchando sus posibilidades de alcance sin llegar a constituirse como un conocimiento totalmente acabado de nuestra comprensión del funcionamiento de la vida. Antonio Vélez Montoya dice: “El modelo evolutivo de variación y selección natural propuesto en ‘El origen de las especies’ por Darwin es el que acepta de forma casi unánime la comunidad científica. No se vislumbran alternativas mejores para explicar la evolución de la vida sobre la Tierra. Además, se ha reunido tal cúmulo de evidencias a favor del darwinismo y en contra de las otras teorías, que dudar de él como responsable importante de los cambios evolutivos es una demostración de ignorancia, o efecto del enceguecimiento que producen los prejuicios ideológicos”.
 Es en este sentido que debe comprenderse el carácter absoluto de la verdad. Cuando hablamos de verdades absolutas no nos referimos a cuestiones obvias del tipo “para vivir necesitamos ingerir alimentos, el fuego quema, si permaneces demasiado tiempo expuesto a bajas temperaturas podrás pescar un resfriado” o el hecho de que ustedes existan independientemente de mi consciencia. Esas son cuestiones indiscutibles o del llamado sentido común. Lo que se encuentra en juego aquí es si los conocimientos científicos son capaces de brindarnos esa verdad y si cualquier afirmación es válida o si debe obedecer a patrones objetivos que comprueben experimentalmente su veracidad. Considero que sí existen patrones objetivos para determinar la veracidad o falsedad de una idea. Y esto, que es tan evidente y que célebres pensadores ponen en tela de juicio, testimonia que la práctica concreta, los avances tecnológicos y la vida cotidiana demuestran de muchas formas la capacidad humana de alcanzar la verdad objetiva y de que no todo lo que el hombre opine, ni lo que las tradiciones culturales imponen por verdadero sean igualmente válidas como el cuerpo de conocimientos que la ciencia ha logrado adquirir.
 Nuestros conocimientos acerca de los secretos de la naturaleza, la sociedad y el Universo pueden ser obtenidos y profundizados en el desarrollo de la relación dialéctica entre verdad relativa y verdad absoluta ya que, por un lado, son siempre incompletos, relativos y necesitan ser  profundizados con el avance de la ciencia, la técnica y la práctica social y, por otro lado, son capaces de proporcionarnos la verdad absoluta que se va concretando con cada paso que el hombre da, mientras su conciencia penetra en las profundidades del mundo objetivo y su inagotable fuente de conocimiento.
 Si las verdades fueran únicamente absolutas, las posibilidades de conocer a futuro serían nulas y las investigaciones, absurdas o inútiles, pues estaríamos trabajando sobre un campo acabado, incapaz de brindarnos más y mejor conocimiento. Si las verdades fueran únicamente relativas y no fueran capaces de proporcionarnos aspectos absolutos de la realidad, sería inútil indagarnos acerca del universo, pues cada idea que de él nos hagamos no correspondería a las leyes objetivas de la realidad y cada investigación sería algo estéril, porque la realidad se reduciría a la percepción del sujeto o del grupo social aislado. Así, la posibilidad de sistematizar un cuerpo de conocimientos coherente, que nos explique el universo; y, en función de ello, aplicar esos conocimientos en la práctica para el avance de la sociedad y la satisfacción de las necesidades sería una empresa utópica, pues para ello necesitamos de verdades universales cuya existencia sería negada si limitamos nuestros conocimientos al relativismo.
 De aquí se comprende lo erróneo de creer que los opuestos absoluto y relativo son dos extremos irreconciliables, pues dentro del conocimiento representan dos aspectos que, si bien aparentan excluirse, son los que posibilitan su avance y los que concretan su auténtica validez. Es una pareja de contrarios que surte el espiral dialéctico del conocimiento.
 La capacidad cognoscitiva del ser humano, cristalizada en la ciencia, la razón y la objetividad está evidenciada en las constantes y pródigas aplicaciones prácticas de la ciencia. Es cierto que la ciencia se abre camino a través de los errores, pero casi nunca sucede que una teoría científica sea totalmente falsa, pues a cada paso va depurando sus errores y encontrando en su lugar nuevos aciertos que llenan cada vez más esos vacíos inherentes al momento histórico en que surge o se ubica una idea científica.
 La superioridad de la ciencia en su competencia para proporcionarnos la verdad universal es evidente. Si los conocimientos que se han logrado, por ejemplo en genética, no fueran verdaderos, no serían posibles los avances realizados en materia de biotecnología y sus aplicaciones particulares, como el Maíz Bt que, al ser genéticamente modificado, es capaz de producir la proteína Bacillus thuringiensis que lo protege del ataque de su principal plaga, lo que a su vez repercute en un menor uso de plaguicidas y, por lo tanto, en una menor contaminación del medio ambiente derivada del uso de esos productos químicos. Si la Física de los rayos X no tuviera conocimientos verdaderos y se tratara de simples falacias o conceptos vacíos, sería imposible tomar radiografías y detectar fracturas, tumores y aneurismas, para establecer su adecuado tratamiento. Si la Biología no tuviera conocimientos verdaderos sobre los virus y sus mutaciones, sería imposible el desarrollo de vacunas eficientes y serían inútiles las investigaciones que se adelantan para el tratamiento del VIH y  otras enfermedades que acechan a la humanidad. Si no fueran verdades lo que se sabe sobre la gravedad y el funcionamiento del universo con arreglo a leyes, sería imposible poner satélites en órbita y realizar investigaciones que nos permitan ensanchar nuestra comprensión del cosmos y descubrir la manera de cómo se ha llevado a cabo su larguísimo proceso de evolución... Y un largo, muy largo, etcétera.
 En pocas palabras, si no fuéramos capaces de obtener conocimientos verdaderos, opuestos a los vicios del dogma y del relativismo radical, jamás hubiéramos podido hacer semejante civilización, pues el mundo sería algo extraño a nuestro entendimiento, seríamos incapaces para transformar la naturaleza y así no hubiéramos podido sobrevivir como especie.

Contra el oscurantismo contemporáneo
 Como hemos visto, la ciencia es un valioso tesoro que debemos cuidar y defender por las importantes implicaciones que su desarrollo tiene para la humanidad.  De sus aplicaciones depende, de manera definitiva, la solución de los más importantes problemas de la sociedad contemporánea. Su desarrollo es nuestra única garantía para acceder a la verdad y transformar el mundo para resolver nuestras necesidades fundamentales y las que van surgiendo mientras el tiempo avanza.
 Si la sociedad pretende liberarse de los grilletes de la ignorancia, el fanatismo y la superchería, deberá apropiarse del método y los principios de la ciencia y erigirlos en piedra angular de su cultura.  La ciencia le permite al hombre tener una presentación de la realidad tal como es, sin accesorios fantásticos que surgen como fruto de la incomprensión del mundo exterior y de sí mismo.
 Hace mucho que la ciencia es la forma más confiable de conquistar conocimientos. Después del extenso periodo oscurantista de la Edad Media, el ser humano comenzó a comprender que sólo la razón, la objetividad y la experiencia podrían ayudarle a conocer el mundo y a transformarlo en su propio beneficio. También comprendió que, para elevar su condición humana y sus valiosísimas capacidades, no podía depositar sus esperanzas en manos de las extrañas fuerzas que el dogmatismo religioso le imponía, sino que debía comenzar a desentrañar la verdad del universo con base en la racionalidad y las leyes objetivas del universo. El sentido de la existencia no se encontraba en prepararse y resignarse para una mejor vida de ultratumba sino en comprender el funcionamiento del mundo y con base en ello lograr la auténtica libertad, pues sólo sobre esa sólida base es posible actuar conscientemente para alcanzar determinados propósitos; nuestra libertad, nuestro libre albedrío, estarán determinados y subordinados por el grado en que comprendamos cómo funciona esa realidad objetiva, esas relaciones causales y necesarias entre los fenómenos. La ciencia permitió al hombre liberarse de prejuicios religiosos y avanzar hacia una comprensión verdadera del mundo.
 Tampoco tardó la ciencia en convertirse en factor determinante de la producción. Para elevar el nivel de vida de la sociedad era necesario que los medios de producción de bienes materiales cambiaran radicalmente; debían tomar una gran distancia de las rústicas formas del feudalismo medieval. Para que estos cambios cualitativos en la producción fueran posibles, se necesitaba  una revolución en las ideas y esa revolución sólo podía realizarse mediante la promoción de la investigación científica. Así, la ciencia se convirtió en sinónimo de progreso.  El cascarón herrumbroso que paralizó a la ciencia durante la noche medieval comenzó a resquebrajarse progresivamente, aportando, a cada alumbramiento, conquistas de inmenso valor para el avance de la humanidad. Tales conquistas sólo fueron posibles gracias a que los hombres de ciencia del periodo posterior al medioevo entregaron sus mejores esfuerzos por rescatar la tradición clásica que el oscurantismo había intentado sepultar.
 La cultura científica se había impuesto y dicha imposición sería tan sólo el comienzo de un desarrollo cada vez más acelerado que se extiende hasta nuestros días. Las banderas de la objetividad, la razón y el método experimental habían puesto sus estacas sobre la débil y erosionada tierra de la credulidad y la tiranía. Ahora la luz de la ciencia disipaba las tinieblas de la ignorancia  y la superstición; el ser humano avanzaba hacia la verdad que se le había negado por tantos siglos, por fin podía salir del atraso intelectual que le habían impuesto en la época precedente.

Neo-oscurantismo
 No obstante las bases que estableció la Revolución Científica y los hechos de ayer y de hoy que corroboran la supremacía de la ciencia sobre la creencia y la fe, podemos advertir, a estas alturas, que aún subsisten ingentes manifestaciones de oscurantismo que se resisten a desaparecer, como testimonios vivos de superstición, irracionalidad y credulidad, desde el culto al relicario de bronce que encierra una gota de sangre de Juan Pablo II hasta la práctica de estrambóticas y “alternativas terapias” con pinchazos de agujas en las orejas.
 Proliferan los charlatanes y los brujos que curan enfermedades o prometen un futuro exitoso por medio de mágicos procedimientos; la astrología, la numerología y la lectura del tarot son promovidas por los medios de comunicación sin preocuparse por difundir con el mismo empuje la astronomía y las matemáticas; abundan las revistas especializadas en clarividencia, necromancia o telepatía, todo presentado, obviamente, como cuestión comprobada. Se prefiere el chamanismo, la curandería, a la medicina científica, con graves consecuencias sociales, culturales y de salud pública.
 Toda esta irracionalomanía, adobada con toda clase de artimañas retóricas y publicitarias, es presentada como la llegada de la humanidad a una nueva era de fortuna y armonía, en la cual, como es obvio, la ciencia será desechada, por inhumana, antinatural y perjudicial; entronizándose, en cambio, el imperio de lo alternativo,naturalhumanoancestraltradicionalespiritual y hasta orientalastral y amazónico.

En el campo del charlatanismo (charlatanería académica) es notable la influencia de la teoría del Diseño Inteligente (un intento ingenioso por reencauchar “científicamente” el viejo creacionismo), el cual prescinde de las suficientes evidencias que sustentan la veracidad de la teoría evolucionista. Tal parece que el fanatismo superado después de la Edad Media aún no ha desaparecido y en la actualidad prosperan manifestaciones acientíficas y anticientíficas que siembran confusión y necesitan ser combatidas, con armas intelectuales claro está, para proseguir el camino que la ciencia ha venido andando hace siglos y que tantos éxitos ha traído para la vida material de las personas así como para su desarrollo intelectual.
 No podemos dejar que la tradición científica y avanzada ceda ante las prácticas anticientíficas propias del medioevo; dejar el más pequeño lugar al resurgimiento de estas tendencias es dar pasos hacia atrás en el avance del conocimiento. La ciencia es nuestra única luz en el camino hacia la verdad.

En rescate de una concepción científica del mundo
 Como se puede ver, desviarse del cauce que ha venido transitando la ciencia significa retroceder al oscurantismo, por más que éste intente esconderse entre las sutilezas del mundo contemporáneo tomando tantos disfraces que incluso entre los intelectuales logra enraizar sus ideas. Abandonar la ciencia significa abandonar la verdad pues sólo puede ser obtenida y profundizada mediante la aplicación del método científico; todas las promesas alternativas de llegar a la vedad son sólo quimeras. Aunque muchos pongan el grito en el cielo y proclamen que han superado la modernidad y que hemos entrado en la posmodernidad; y por más que algunos intelectuales echen mano de un oscuro discurso atiborrado de lenguaje ininteligible para proclamar la superación del pensamiento racional heredado de la Ilustración, lo cierto es que seguimos trabajando sobre las bases que se establecieron desde la Revolución Científica y, negar dicha herencia es hacer caso omiso de los hechos o hacerse el ciego ante las innumerables pruebas que sustentan la prevalencia de esa línea racional: la ciencia y el conocimiento están presentes en todas partes; en todo lo que nos rodea.
 No podemos dejar que la irracionalidad y la mentira se inmiscuyan en la mentalidad de la las personas cuando poseemos una herramienta tan valiosa como el método científico que ensancha nuestras posibilidades de llegar a la verdad y nos permite mirar el mundo cada vez con mayor claridad y profundidad.
 Es cierto que hay muchas cuestiones frente a las cuales la ciencia no tiene respuesta definitiva. La superstición, la seudociencia y el engaño suelen arrojarse, con frecuencia, a llenar esos vacíos. Pero se necesita tener en claro que no hay misterio que la ciencia no pueda llegar a resolver; solo se necesita de paciencia y la investigación disciplinada. La verdad científica va avanzando en la medida en que las condiciones socio-históricas le sean favorables. Es la condición ineludible en el desarrollo del conocimiento. Lo que hoy se sabe no se sabía ayer, y muchas de las cosas que hoy no conocemos, con seguridad, serán dilucidadas mañana.
 Hoy la humanidad ha extendido sus esperanzas y su calidad de vida gracias al desarrollo de la ciencia. La solución desconocida a muchos de los problemas del pasado hoy está a nuestro alcance, así como muchos problemas que hoy parecen irresolubles, serán solucionados en el futuro porque la ciencia es un espiral que no detiene su desarrollo. Todo esto es un ejemplo del carácter progresivo del conocimiento, de que podemos ir conociendo a cada paso la verdad, un conocimiento mayor cuantitativamente y cualitativamente. Pero nada de esto sería posible sin el método científico.
 El conocimiento nunca deja de avanzar, pues el mundo mismo posee un carácter dinámico; siempre estará planteando nuevos retos y problemas que la acción científica puede resolver. Aunque nuestro cúmulo de conocimientos sea sólo una partícula de toda la multiplicidad y variedad que el Universo nos plantea, es lo más valioso que el hombre ha podido lograr en su desarrollo cultural a lo largo de la historia. Por eso siempre podremos saber más, siempre podremos ensanchar el campo de nuestro conocimiento. No hay cosas que no podamos conocer, sólo hay cuestiones aún desconocidas que saldrán más tarde a la luz. Lo desconocido y lo aparentemente misterioso no pueden ser interpretados a la ligera y al margen del rigor científico, ese modo de proceder le abre la ventanilla a la irracionalidad y la superstición.
 De ahí la necesidad de adoptar una visión científica del mundo. Es un arma eficaz contra el engaño y la mentira. No se trata sólo de reconocer los avances de la ciencia, sino de adoptar su método como una forma de pensar; una forma racional, objetiva, desprendida por completo de la especulación infundada. Desde el momento en que el hombre divorcia sus concepciones de la objetividad, el experimento y la razón, se entrega a la estéril especulación y la adopción de esas ideas cobran el precio de la inutilidad práctica, cuestión que resulta mucho más nociva cuando logra inmiscuirse en la intelectualidad de países como el nuestro, donde la ciencia resulta indispensable para salir del lodazal de pobreza y atraso material y cultural en que se encuentra sumergida nuestra sociedad.
 Por eso considero que la ciencia debe ser popularizada, y debe representar el sustrato vital e inamovible de la filosofía. La filosofía reflexiona y saca conclusiones generales acerca de los fenómenos del mundo, pero reflexionar desconociendo el método y los avances de la ciencia es filosofar sin base. Es cierto que la población se encuentra, a menudo, desligada de la ciencia, pero podemos impedir que esta tendencia siga avanzando. Si el ciudadano común carece normalmente de esos valiosos fundamentos, es aún más grave que la comunidad filosófica carezca de ellos. Es responsabilidad nuestra adquirir una cultura científica como base para encontrar la verdad y es también nuestra tarea popularizar esa verdad. El mundo necesita de una concepción científica para enfrentar los grandes retos que enfrenta la humanidad. Las interpretaciones subjetivas estarán más limitadas al carácter de opinión y alejadas de la verdad mientras más se esté alejado de una concepción científica del mundo.
 El ser humano es un ser social e histórico y, en últimas,  un producto del movimiento del mundo material. El pensamiento es igualmente un atributo de ese inmenso mundo material, por más que algunas personas encuentren en este planteamiento una simplificación del alma humana.  El hecho es que el espíritu, al ser un producto de la materia altamente desarrollada (el cerebro humano) debe, en consecuencia, emitir sus explicaciones e interpretaciones sobre la base del conocimiento de las leyes que dominan el comportamiento del universo; esa es la única forma de obtener aciertos en la práctica y de tomar distancia de la inútil especulación desligada de la objetividad. Podremos pasarnos la vida a la luz de una amena charla intelectual especulativa, acompañada de cigarrillos y vino, pero siempre será estéril si nuestras ideas no se contrastan con la realidad, con práctica.

Conclusión
 La ciencia, como método para encontrar la verdad, forma de ver el mundo, cuerpo acumulativo de conocimientos, factor determinante en la producción, es insustituible para jalonar el progreso de las naciones y para resolver sus problemas y satisfacer sus necesidades. De ahí se desprende la importancia de promover un proyecto independiente en ciencia y tecnología, así como también la divulgación de sus avances y principios, de tal modo que, por un lado, apalanquemos nuestro propio bienestar y desarrollo sin condicionamientos externos, y, del otro, irrumpir en un período, éste sí nuevo, en el que la ciencia haga parte de la cotidianidad y la cultura popular.
 La posibilidad de tener acceso al conocimiento del mundo es, además de una labor práctica para el progreso, una cuestión moral propia de los sistemas sociales avanzados, pues presupone que el conocimiento no es exclusividad de una élite sino un bien común que le da a cada individuo el poder de acceder a la verdad y de participar en el mundo con los pies en la tierra y no adormecido por las distintas formas de manipulación mental que circundan el mundo contemporáneo. La vida de la sociedad colombiana se mueve lenta y totalmente marginada del desarrollo científico que sí prospera en las sociedades avanzadas; en lugar de ello se arraiga el fanatismo y las diversas formas de superstición y confusión ideológica, entorpeciendo el proceso de transformación que nuestra sociedad reclama con tanta justicia e impaciencia.
 Podrán algunos no compartir esta posición y negar la necesidad de desarrollar la ciencia por diferentes razones; sea apelando a los desastres ambientales, o a las guerras atómicas o al falso humanismo que plantea la incompatibilidad entre ciencia y espiritualidad. Lo cierto es que esas posiciones les convierten en ingenuos colaboradores de la conservación del desastroso orden actual, pues no están comprendiendo que la ruina ambiental se debe al atraso de la técnica y al carácter depredador del capitalismo; que si la ciencia se ha visto involucrada en los desmanes de la guerra ha sido por encontrarse al servicio de intereses opuestos a los de las amplias mayorías y no por su propia índole; y que la ciencia, lejos de ser incompatible con la espiritualidad, eleva hasta lo más alto los espíritus; en palabras de Carl Sagan, “en su encuentro con la naturaleza, la ciencia provoca invariablemente reverencia y admiración. El mero hecho de entender algo es una celebración de la unión, la mezcla, aunque sea a escala muy modesta, con la magnificencia del cosmos…La ciencia no solo es compatible con espiritualidad sino que es una fuente de espiritualidad profunda. Cuando reconocemos nuestro lugar en la inmensidad de años luz y en el paso de las eras, cuando captamos la complicación, belleza y sutileza de la vida, la elevación de este sentimiento, la sensación combinada de regocijo y humildad  es sin duda espiritual”. Ciencia y humanismo son dos caras de una misma moneda, de la misma manera en que lo son anti-ciencia y opresión espiritual.
 Avancemos hacia una cultura científica, racional y que obedezca a las necesidades de la mayoría de la gente, pues la confusión y la irracionalidad no contribuirán mas que ha perpetuar un sistema socioeconómico caduco que conduce, a paso acelerado, hacia la decadencia, la miseria y el atraso. Contribuyamos, pues, desde nuestro campo, al desarrollo de una sociedad nueva, para lo cual, como se dijo, es necesario aclarar nuestras ideas, sacudirnos de las talanqueras del posmodernismo filosófico y enarbolar las banderas luminosas de la ciencia y el progreso.

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