¿DISEÑO INTELIGENTE?
Por Klaus Ziegler
La maravillosa
y delicada arquitectura del pulmón, el insuperable diseño del ojo, o la
complejidad suprema de nuestro cerebro son, para el hombre de fe, testimonios
irrefutables de la existencia de una voluntad creadora, de la presencia de un
ser supremo que sustenta y dirige el universo.
A pesar de
estas y otras maravillas de la naturaleza, cualquiera que conozca los
minuciosos detalles de la anatomía y fisiología animal, o que comprenda la
dilatada historia de la vida sobre la Tierra, puede percatarse de la multitud
de imperfecciones y absurdos que se presentan en el mundo vivo, intolerables en
la obra de un ser infinitamente sabio, y que nos hacen pensar más en la labor
de un “relojero ciego”, o en el trabajo de un arquitecto extravagante e
indolente.
La
imperfección es la marca indeleble de la evolución. Su mano invisible se revela
en los diseños caprichosos o anacrónicos que pueden observarse en la
naturaleza, así como en los caminos erráticos y paradójicos por los que ha
tenido que trasegar la vida desde su aparición en el Planeta hace ya más de
3500 millones de años. El kiwi, por ejemplo, es un ave nocturna que no puede
volar, pero que aun lleva bajo sus plumas un par de pequeñas alitas inútiles.
La foca y otros mamíferos marinos todavía conservan dentro de su cuerpo el
esqueleto completo de sus ancestros cuadrúpedos, con patas, manos y dedos. Y
los humanos conservamos músculos para mover la cola y erizar el pelo. ¿Qué
pensaríamos de la sensatez de un ingeniero que hubiese diseñado un computador
portátil con un pequeño e inútil tornamesas en su interior, justo al lado de la
tarjeta de sonido?
El apéndice,
que sirvió a nuestros ancestros primates para ayudar a digerir la celulosa de
las hojas, hoy es un residuo atávico disfuncional que pareciera estar ahí con
el propósito único de acrecentar los ingresos de cirujanos y sepultureros. El
colédoco, por su parte, tiene un terrible error de diseño: se encuentra con el
conducto pancreático justo antes de desembocar en el duodeno, de tal manera que
al bloquearse con un cálculo biliar, las enzimas pancreáticas y la bilis se
desvían hacia el páncreas y lo lesionan gravemente.
Otra chapuza
del Creador es el conducto urinario masculino, el cual es abrazado por la
próstata, de tal suerte que cuando esta crece, lo que ocurre con el paso de los
años, termina bloqueándolo. Y resulta impío pensar que el conducto espermático
pueda haber sido diseñado por un ser superior, cuando descubrimos que este
rodea absurdamente la vejiga antes de desembocar en la uretra, lo que sí es
explicable como un atavismo evolutivo de nuestro pasado reptílico.
En los
mamíferos, el nervio laríngeo recurrente, en vez de ir directamente del cerebro
al cuello, desciende hasta el pecho y rodea la aorta para llegar finalmente a
la laringe por debajo de las cuerdas vocales, en un recorrido anacrónico que se
originó en los arcos branquiales de los antiguos peces. En el caso de la
jirafa, esta fibra nerviosa realiza un increíble recorrido de cerca de cinco
metros, un derroche inexplicable de la Divinidad.
De otro lado,
el bipedismo es una idea acompañada de innumerables problemas mecánicos que dan
lugar, en los humanos, a hernias inguinales, a hemorroides, a la mala fijación
de los riñones, a la debilidad del cuello del fémur, a frecuentes daños en los
discos vertebrales y a los insufribles dolores y complicaciones del parto.
Y las
intenciones del Arquitecto Divino no podrían resultar más misteriosas cuando
analizamos la historia de la vida como hoy la conocen los paleontólogos. Tras
crearla, el diseñador supremo tardó alrededor de 3000 millones de años en
inventar los primeros organismos multicelulares. Luego, como un coleccionista
obsesivo, decidió saturar el Planeta con innumerables especies de trilobites,
grandes, pequeños, medianos… Y después de almejas, almejas y más almejas… Y si
al hombre lo hizo efímero, a estos moluscos impávidos les otorgó el don de la
eternidad (hay almejas aun vivas que fueron contemporáneas de Galileo). Y
resulta incomprensible por qué antes de llegar a concebir su “obra maestra”, el
Homo sapiens, se haya visto en la necesidad de ensayar durante varios millones
de años con pequeños monitos humanoides, como lo haría cualquier mortal que con
paciencia y resignación busca la solución definitiva a un problema.
Cuando nos detenemos
a contemplar la obra de la creación, saltan a la vista infinitud de
imperfecciones, diseños ilógicos, caprichos y extravagancias, —como la
predilección divina por los escarabajos, el orden animal con más especies sobre
el Planeta—, que solo pueden hacernos dudar de que este mundo pueda ser obra de
un Creador. Tal vez por ello, algunos teólogos tuvieron que inventar una deidad
antagónica, que además explicara la evidente imperfección moral del hombre y la
terrible crueldad en este universo imperfecto, que lejos de ser el mejor de los
mundos posibles, está colmado de defectos y maldad.
Tomado de El Espectador, agosto 18 de 2010
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