LA VERDAD, LA RAZÓN Y LA CIENCIA
¿Existen o no las verdades absolutas?
Ponencia presentada en el I Foro Latinoamericano de estudiantes de
Filosofía. Universidad de Antioquia (Medellín), 7, 8 y 9 de marzo de 2012
Por Juan
Jacobo Ibarra Santacruz, estudiante de Filosofía de la
UDENAR, miembro de Universidad y Ciencia.
Introducción
La ponencia no pretende configurar una nueva propuesta dentro del ámbito
de las ideas. El objetivo es más bien tomar distancia de ciertas corrientes de
pensamiento que han venido ganando terreno hace ya varias décadas,
convirtiéndose en una tendencia dominante dentro de la intelectualidad
contemporánea. Lo que señalo en esta ponencia ya ha sido dicho y reiterado
muchas veces por quienes han asumido una posición coherente con los hechos
prácticos planteados teóricamente y sustentados en la práctica, con respecto al
potencial cognoscitivo del ser humano.
Se
trata de una defensa del conocimiento científico, con las herramientas
filosóficas que nos da el materialismo dialéctico, cristalizadas en la relación
que dicha línea ideológica establece entre los aspectos relativo y absoluto de
la verdad.
La
cuestión epistemológica acerca de la cual se reflexionará permite esclarecer
importantes cuestiones fundamentales dentro del quehacer filosófico, evitando
así naufragar en el mar de oscurantismo y confusión posmodernista que rige el
pensamiento filosófico actual. Es una apuesta por rescatar la capacidad humana
de buscar y alcanzar la verdad, recorriendo el incesante, y muchas veces
escabroso, espiral dialéctico que traza la ciencia dentro de la historia y en
esencial relación con la sociedad y la necesidad humana. Este último
aspecto pondrá en claro la íntima relación entre desarrollo científico y
progreso material y espiritual de la sociedad: cómo la sociedad influye sobre
el desarrollo científico y cómo el desarrollo científico influye sobre la sociedad.
Concluiremos que es evidente que en países como el nuestro, sometidos al
atraso, la miseria y a la coyunda de potencias foráneas, es una exigencia un
modelo educativo cuyo eje principal sea la ciencia y la investigación
científica como palancas para el desarrollo económico y cultural de sociedad.
Las
ideas que expresaré representan principios obvios o elementales con respecto a
problemas epistemológicos generales. Mas no por ello dejan de tener importancia
fundamental, mucho más en esta época, en la cual, concatenado al auge del
oscurantismo posmoderno dentro de los intelectuales, se suma todo tipo de
charlatanería y superstición que promueven los medios comunicativos y que
hormiguea en las calles como una peste que amenaza la salud pública.
Como
la idea es defender el conocimiento científico como el vehículo para llegar a
la verdad objetiva, empecemos, pues, por la noción de verdad.
La
noción de verdad
La verdad no existe como ser independiente. La verdad no es una entidad
tangible que podamos atrapar mientras flota por fuera de nuestras cabezas. Los
objetos del mundo son reales pero no son verdaderos ni falsos. Las cosas
simplemente son entidades materiales. Debemos definir la verdad, sí, como el
grado de aproximación que nuestra mente puede alcanzar con respecto al mundo
objetivo, por lo que se trata de una relación entre el sujeto cognoscente y el
objeto cognoscible en la que, para considerarse un conocimiento como verdadero,
debe el primero ajustarse rigurosamente a la objetividad que le plantea el
segundo.
¿Podemos
hablar, entonces, del carácter verdadero de una determinada idea, de una
afirmación, de un conocimiento, de nuestras opiniones? Nuestras opiniones,
ideas, son verdaderas en la medida que reflejen acertadamente la realidad
objetiva. Nuestra mente es capaz de abstraer lo que sucede en el mundo exterior
convirtiéndolo en imágenes, reflejos y representaciones mentales mucho más
profundas que el simple conocimiento sensorial. Esto sucede a través de la
marcha dialéctica en la que el individuo parte de la observación del mundo
sensitivo (desde la práctica) hasta lo abstracto, mental y racional (lo
teórico) y luego debe volver al mundo sensitivo, a la práctica, en donde se
puede determinar si aquella elaboración mental posee un carácter verdadero o
falso. He aquí la unidad inseparable entre teoría y práctica.
Marx
decía en su segunda tesis sobre Feuerbach que “el problema de si al
pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema
teórico sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que
demostrar la verdad, es decir, la realidad, el poderío, la terrenalidad de su
pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento
aislado de la práctica, es un problema puramente escolástico”.
El conocimiento parte de la práctica y es llevado al cerebro humano, en
donde a través de distintas operaciones es convertido en una idea sólida y
mucho más elaborada que el simple conocimiento sensorial, después debe ser
llevado nuevamente a la práctica para comprobar la veracidad o falsedad de las
teorías producidas. En este proceso, repetido una y otra vez, se encontrará que
este reflejo de la realidad es falso total o parcialmente, por lo cual debe
volver a la mente para ser desbrozado de su parte falsa, llevarlo a la práctica
e ir correspondiéndose con la realidad para configurarse como verdad. Es
precisamente aquí en donde entran a jugar un papel importante los aspectos
relativo y absoluto de la verdad.
El
conocimiento será siempre incompleto, pues se encuentra sometido en todos sus
casos al nivel de desarrollo material de la humanidad, es decir, tiene un
carácter histórico y social. Más por ser incompleto, no por ello es
incapaz de brindarnos importantes trazas de verdad, así como el aspecto absoluto
y el aspecto relativo de esa verdad. Cuando decimos que contiene un aspecto
absoluto, nos referimos a que es una representación de la realidad
absolutamente cierta e irrebatible en la posteridad; la verdad absoluta es esa
parte de un conocimiento que permanecerá inamovible en el futuro y sobre la
cual, necesariamente, se deberá edificar cualquier desarrollo ulterior. Cuando
hablamos de su aspecto relativo queremos decir que esas representaciones son
siempre susceptibles de ser profundizadas y perfeccionadas de tal modo que nos
brinden una verdad cada vez más completa y enriquecida por la práctica en
concordancia con el carácter acumulativo de la ciencia.
Todo
conocimiento está más o menos limitado a sus condiciones históricas. Por
ejemplo, la teoría de la evolución contiene aspectos de verdad absoluta por
cuanto refleja una verdad irrebatible: que el hombre y la multiplicidad de
especies provienen de un larguísimo proceso evolutivo que ha tardado miles de
millones de años y que por lo tanto el origen del hombre encuentra su lugar en
causas naturales, opinión contraria a como lo plantean las diversas escuelas
creacionistas. Esta es una teoría que contenía, en su momento, aspectos de
verdad absoluta aunque también albergara algunos vacíos que constituyeran su
aspecto relativo. En ese sentido, si bien la teoría de la evolución de las
especies era en esencia una verdad absoluta, aún no explicaba cómo se
transmitían los patrones genéticos heredables y responsables, a la larga, del
proceso evolutivo; por lo tanto era relativa a su momento histórico y
complementada ulteriormente con los conocimientos logrados en el campo de la
genética y con el descubrimiento de la molécula del ADN, conocimientos que
constituyen igualmente una verdad absoluta que se va desarrollando a través del
tiempo y va ensanchando sus posibilidades de alcance sin llegar a constituirse
como un conocimiento totalmente acabado de nuestra comprensión del
funcionamiento de la vida. Antonio Vélez Montoya dice: “El modelo evolutivo de
variación y selección natural propuesto en ‘El origen de las especies’ por
Darwin es el que acepta de forma casi unánime la comunidad científica. No se
vislumbran alternativas mejores para explicar la evolución de la vida sobre la
Tierra. Además, se ha reunido tal cúmulo de evidencias a favor del darwinismo y
en contra de las otras teorías, que dudar de él como responsable importante de
los cambios evolutivos es una demostración de ignorancia, o efecto del
enceguecimiento que producen los prejuicios ideológicos”.
Es
en este sentido que debe comprenderse el carácter absoluto de la verdad. Cuando
hablamos de verdades absolutas no nos referimos a cuestiones obvias del tipo
“para vivir necesitamos ingerir alimentos, el fuego quema, si permaneces
demasiado tiempo expuesto a bajas temperaturas podrás pescar un resfriado” o el
hecho de que ustedes existan independientemente de mi consciencia. Esas son
cuestiones indiscutibles o del llamado sentido común. Lo que se encuentra en
juego aquí es si los conocimientos científicos son capaces de brindarnos esa
verdad y si cualquier afirmación es válida o si debe obedecer a patrones
objetivos que comprueben experimentalmente su veracidad. Considero que sí
existen patrones objetivos para determinar la veracidad o falsedad de una idea.
Y esto, que es tan evidente y que célebres pensadores ponen en tela de juicio,
testimonia que la práctica concreta, los avances tecnológicos y la vida
cotidiana demuestran de muchas formas la capacidad humana de alcanzar la verdad
objetiva y de que no todo lo que el hombre opine, ni lo que las tradiciones
culturales imponen por verdadero sean igualmente válidas como el cuerpo de
conocimientos que la ciencia ha logrado adquirir.
Nuestros
conocimientos acerca de los secretos de la naturaleza, la sociedad y el
Universo pueden ser obtenidos y profundizados en el desarrollo de la relación
dialéctica entre verdad relativa y verdad absoluta ya que, por un lado, son
siempre incompletos, relativos y necesitan ser profundizados con el
avance de la ciencia, la técnica y la práctica social y, por otro lado, son
capaces de proporcionarnos la verdad absoluta que se va concretando con cada
paso que el hombre da, mientras su conciencia penetra en las profundidades del
mundo objetivo y su inagotable fuente de conocimiento.
Si
las verdades fueran únicamente absolutas, las posibilidades de conocer a futuro
serían nulas y las investigaciones, absurdas o inútiles, pues estaríamos
trabajando sobre un campo acabado, incapaz de brindarnos más y mejor
conocimiento. Si las verdades fueran únicamente relativas y no fueran capaces
de proporcionarnos aspectos absolutos de la realidad, sería inútil indagarnos
acerca del universo, pues cada idea que de él nos hagamos no correspondería a
las leyes objetivas de la realidad y cada investigación sería algo estéril,
porque la realidad se reduciría a la percepción del sujeto o del grupo social
aislado. Así, la posibilidad de sistematizar un cuerpo de conocimientos
coherente, que nos explique el universo; y, en función de ello, aplicar esos conocimientos
en la práctica para el avance de la sociedad y la satisfacción de las
necesidades sería una empresa utópica, pues para ello necesitamos de verdades
universales cuya existencia sería negada si limitamos nuestros conocimientos al
relativismo.
De
aquí se comprende lo erróneo de creer que los opuestos absoluto y relativo son
dos extremos irreconciliables, pues dentro del conocimiento representan dos
aspectos que, si bien aparentan excluirse, son los que posibilitan su avance y
los que concretan su auténtica validez. Es una pareja de contrarios que surte
el espiral dialéctico del conocimiento.
La
capacidad cognoscitiva del ser humano, cristalizada en la ciencia, la razón y
la objetividad está evidenciada en las constantes y pródigas aplicaciones
prácticas de la ciencia. Es cierto que la ciencia se abre camino a través de
los errores, pero casi nunca sucede que una teoría científica sea totalmente
falsa, pues a cada paso va depurando sus errores y encontrando en su lugar
nuevos aciertos que llenan cada vez más esos vacíos inherentes al momento
histórico en que surge o se ubica una idea científica.
La
superioridad de la ciencia en su competencia para proporcionarnos la verdad
universal es evidente. Si los conocimientos que se han logrado, por ejemplo en
genética, no fueran verdaderos, no serían posibles los avances realizados en
materia de biotecnología y sus aplicaciones particulares, como el Maíz Bt que,
al ser genéticamente modificado, es capaz de producir la proteína Bacillus
thuringiensis que lo protege del ataque de su principal plaga, lo que a su vez
repercute en un menor uso de plaguicidas y, por lo tanto, en una menor
contaminación del medio ambiente derivada del uso de esos productos químicos.
Si la Física de los rayos X no tuviera conocimientos verdaderos y se tratara de
simples falacias o conceptos vacíos, sería imposible tomar radiografías y
detectar fracturas, tumores y aneurismas, para establecer su adecuado
tratamiento. Si la Biología no tuviera conocimientos verdaderos sobre los virus
y sus mutaciones, sería imposible el desarrollo de vacunas eficientes y serían
inútiles las investigaciones que se adelantan para el tratamiento del VIH
y otras enfermedades que acechan a la humanidad. Si no fueran verdades lo
que se sabe sobre la gravedad y el funcionamiento del universo con arreglo a
leyes, sería imposible poner satélites en órbita y realizar investigaciones que
nos permitan ensanchar nuestra comprensión del cosmos y descubrir la manera de
cómo se ha llevado a cabo su larguísimo proceso de evolución... Y un largo, muy
largo, etcétera.
En
pocas palabras, si no fuéramos capaces de obtener conocimientos verdaderos,
opuestos a los vicios del dogma y del relativismo radical, jamás hubiéramos
podido hacer semejante civilización, pues el mundo sería algo extraño a nuestro
entendimiento, seríamos incapaces para transformar la naturaleza y así no
hubiéramos podido sobrevivir como especie.
Contra
el oscurantismo contemporáneo
Como hemos visto, la ciencia es un valioso tesoro que debemos cuidar y
defender por las importantes implicaciones que su desarrollo tiene para la
humanidad. De sus aplicaciones depende, de manera definitiva, la solución
de los más importantes problemas de la sociedad contemporánea. Su desarrollo es
nuestra única garantía para acceder a la verdad y transformar el mundo para
resolver nuestras necesidades fundamentales y las que van surgiendo mientras el
tiempo avanza.
Si
la sociedad pretende liberarse de los grilletes de la ignorancia, el fanatismo
y la superchería, deberá apropiarse del método y los principios de la ciencia y
erigirlos en piedra angular de su cultura. La ciencia le permite al
hombre tener una presentación de la realidad tal como es, sin accesorios
fantásticos que surgen como fruto de la incomprensión del mundo exterior y de
sí mismo.
Hace
mucho que la ciencia es la forma más confiable de conquistar conocimientos.
Después del extenso periodo oscurantista de la Edad Media, el ser humano
comenzó a comprender que sólo la razón, la objetividad y la experiencia podrían
ayudarle a conocer el mundo y a transformarlo en su propio beneficio. También
comprendió que, para elevar su condición humana y sus valiosísimas capacidades,
no podía depositar sus esperanzas en manos de las extrañas fuerzas que el
dogmatismo religioso le imponía, sino que debía comenzar a desentrañar la
verdad del universo con base en la racionalidad y las leyes objetivas del
universo. El sentido de la existencia no se encontraba en prepararse y
resignarse para una mejor vida de ultratumba sino en comprender el
funcionamiento del mundo y con base en ello lograr la auténtica libertad, pues
sólo sobre esa sólida base es posible actuar conscientemente para alcanzar
determinados propósitos; nuestra libertad, nuestro libre albedrío, estarán
determinados y subordinados por el grado en que comprendamos cómo funciona esa
realidad objetiva, esas relaciones causales y necesarias entre los fenómenos.
La ciencia permitió al hombre liberarse de prejuicios religiosos y avanzar
hacia una comprensión verdadera del mundo.
Tampoco
tardó la ciencia en convertirse en factor determinante de la producción. Para
elevar el nivel de vida de la sociedad era necesario que los medios de
producción de bienes materiales cambiaran radicalmente; debían tomar una gran
distancia de las rústicas formas del feudalismo medieval. Para que estos
cambios cualitativos en la producción fueran posibles, se necesitaba una
revolución en las ideas y esa revolución sólo podía realizarse mediante la
promoción de la investigación científica. Así, la ciencia se convirtió en
sinónimo de progreso. El cascarón herrumbroso que paralizó a la ciencia
durante la noche medieval comenzó a resquebrajarse progresivamente, aportando,
a cada alumbramiento, conquistas de inmenso valor para el avance de la
humanidad. Tales conquistas sólo fueron posibles gracias a que los hombres de
ciencia del periodo posterior al medioevo entregaron sus mejores esfuerzos por
rescatar la tradición clásica que el oscurantismo había intentado sepultar.
La
cultura científica se había impuesto y dicha imposición sería tan sólo el
comienzo de un desarrollo cada vez más acelerado que se extiende hasta nuestros
días. Las banderas de la objetividad, la razón y el método experimental habían
puesto sus estacas sobre la débil y erosionada tierra de la credulidad y la
tiranía. Ahora la luz de la ciencia disipaba las tinieblas de la
ignorancia y la superstición; el ser humano avanzaba hacia la verdad que
se le había negado por tantos siglos, por fin podía salir del atraso
intelectual que le habían impuesto en la época precedente.
Neo-oscurantismo
No obstante las bases que estableció la Revolución Científica y los
hechos de ayer y de hoy que corroboran la supremacía de la ciencia sobre la
creencia y la fe, podemos advertir, a estas alturas, que aún subsisten ingentes
manifestaciones de oscurantismo que se resisten a desaparecer, como testimonios
vivos de superstición, irracionalidad y credulidad, desde el culto al relicario
de bronce que encierra una gota de sangre de Juan Pablo II hasta la práctica de
estrambóticas y “alternativas terapias” con pinchazos de agujas en las orejas.
Proliferan
los charlatanes y los brujos que curan enfermedades o prometen un futuro
exitoso por medio de mágicos procedimientos; la astrología, la numerología y la
lectura del tarot son promovidas por los medios de comunicación sin preocuparse
por difundir con el mismo empuje la astronomía y las matemáticas; abundan las
revistas especializadas en clarividencia, necromancia o telepatía, todo
presentado, obviamente, como cuestión comprobada. Se prefiere el chamanismo, la
curandería, a la medicina científica, con graves consecuencias sociales,
culturales y de salud pública.
Toda
esta irracionalomanía, adobada con toda clase de artimañas retóricas y
publicitarias, es presentada como la llegada de la humanidad a una nueva era de
fortuna y armonía, en la cual, como es obvio, la ciencia será desechada, por
inhumana, antinatural y perjudicial; entronizándose, en cambio, el imperio de
lo alternativo,natural, humano, ancestral, tradicional, espiritual y
hasta oriental, astral y amazónico.
En el
campo del charlatanismo (charlatanería académica) es notable
la influencia de la teoría del Diseño Inteligente (un intento ingenioso por
reencauchar “científicamente” el viejo creacionismo), el cual prescinde de las
suficientes evidencias que sustentan la veracidad de la teoría evolucionista.
Tal parece que el fanatismo superado después de la Edad Media aún no ha
desaparecido y en la actualidad prosperan manifestaciones acientíficas y
anticientíficas que siembran confusión y necesitan ser combatidas, con armas
intelectuales claro está, para proseguir el camino que la ciencia ha venido
andando hace siglos y que tantos éxitos ha traído para la vida material de las
personas así como para su desarrollo intelectual.
No
podemos dejar que la tradición científica y avanzada ceda ante las prácticas
anticientíficas propias del medioevo; dejar el más pequeño lugar al
resurgimiento de estas tendencias es dar pasos hacia atrás en el avance del
conocimiento. La ciencia es nuestra única luz en el camino hacia la verdad.
En
rescate de una concepción científica del mundo
Como se puede ver, desviarse del cauce que ha venido transitando la
ciencia significa retroceder al oscurantismo, por más que éste intente
esconderse entre las sutilezas del mundo contemporáneo tomando tantos disfraces
que incluso entre los intelectuales logra enraizar sus ideas. Abandonar la
ciencia significa abandonar la verdad pues sólo puede ser obtenida y
profundizada mediante la aplicación del método científico; todas las promesas alternativas de
llegar a la vedad son sólo quimeras. Aunque muchos pongan el grito en el cielo
y proclamen que han superado la modernidad y que hemos entrado en la posmodernidad; y por
más que algunos intelectuales echen mano de un oscuro discurso atiborrado de
lenguaje ininteligible para proclamar la superación del pensamiento racional
heredado de la Ilustración, lo cierto es que seguimos trabajando sobre las
bases que se establecieron desde la Revolución Científica y, negar dicha
herencia es hacer caso omiso de los hechos o hacerse el ciego ante las
innumerables pruebas que sustentan la prevalencia de esa línea racional: la
ciencia y el conocimiento están presentes en todas partes; en todo lo que nos
rodea.
No
podemos dejar que la irracionalidad y la mentira se inmiscuyan en la mentalidad
de la las personas cuando poseemos una herramienta tan valiosa como el método
científico que ensancha nuestras posibilidades de llegar a la verdad y nos
permite mirar el mundo cada vez con mayor claridad y profundidad.
Es
cierto que hay muchas cuestiones frente a las cuales la ciencia no tiene
respuesta definitiva. La superstición, la seudociencia y el engaño suelen
arrojarse, con frecuencia, a llenar esos vacíos. Pero se necesita tener en
claro que no hay misterio que la ciencia no pueda llegar a resolver; solo se
necesita de paciencia y la investigación disciplinada. La verdad científica va
avanzando en la medida en que las condiciones socio-históricas le sean
favorables. Es la condición ineludible en el desarrollo del conocimiento. Lo
que hoy se sabe no se sabía ayer, y muchas de las cosas que hoy no conocemos,
con seguridad, serán dilucidadas mañana.
Hoy
la humanidad ha extendido sus esperanzas y su calidad de vida gracias al
desarrollo de la ciencia. La solución desconocida a muchos de los problemas del
pasado hoy está a nuestro alcance, así como muchos problemas que hoy parecen
irresolubles, serán solucionados en el futuro porque la ciencia es un espiral
que no detiene su desarrollo. Todo esto es un ejemplo del carácter progresivo
del conocimiento, de que podemos ir conociendo a cada paso la verdad, un
conocimiento mayor cuantitativamente y cualitativamente. Pero nada de esto
sería posible sin el método científico.
El
conocimiento nunca deja de avanzar, pues el mundo mismo posee un carácter
dinámico; siempre estará planteando nuevos retos y problemas que la acción
científica puede resolver. Aunque nuestro cúmulo de conocimientos sea sólo una
partícula de toda la multiplicidad y variedad que el Universo nos plantea, es
lo más valioso que el hombre ha podido lograr en su desarrollo cultural a lo
largo de la historia. Por eso siempre podremos saber más, siempre podremos
ensanchar el campo de nuestro conocimiento. No hay cosas que no podamos
conocer, sólo hay cuestiones aún desconocidas que saldrán más tarde a la luz.
Lo desconocido y lo aparentemente misterioso no pueden ser interpretados a la
ligera y al margen del rigor científico, ese modo de proceder le abre la ventanilla
a la irracionalidad y la superstición.
De
ahí la necesidad de adoptar una visión científica del mundo. Es un arma eficaz
contra el engaño y la mentira. No se trata sólo de reconocer los avances de la
ciencia, sino de adoptar su método como una forma de pensar; una forma
racional, objetiva, desprendida por completo de la especulación infundada.
Desde el momento en que el hombre divorcia sus concepciones de la objetividad,
el experimento y la razón, se entrega a la estéril especulación y la adopción de
esas ideas cobran el precio de la inutilidad práctica, cuestión que resulta
mucho más nociva cuando logra inmiscuirse en la intelectualidad de países como
el nuestro, donde la ciencia resulta indispensable para salir del lodazal de
pobreza y atraso material y cultural en que se encuentra sumergida nuestra
sociedad.
Por
eso considero que la ciencia debe ser popularizada, y debe representar el
sustrato vital e inamovible de la filosofía. La filosofía reflexiona y saca
conclusiones generales acerca de los fenómenos del mundo, pero reflexionar
desconociendo el método y los avances de la ciencia es filosofar sin base. Es
cierto que la población se encuentra, a menudo, desligada de la ciencia, pero
podemos impedir que esta tendencia siga avanzando. Si el ciudadano común carece
normalmente de esos valiosos fundamentos, es aún más grave que la comunidad
filosófica carezca de ellos. Es responsabilidad nuestra adquirir una cultura
científica como base para encontrar la verdad y es también nuestra tarea
popularizar esa verdad. El mundo necesita de una concepción científica para
enfrentar los grandes retos que enfrenta la humanidad. Las interpretaciones
subjetivas estarán más limitadas al carácter de opinión y alejadas de la verdad
mientras más se esté alejado de una concepción científica del mundo.
El
ser humano es un ser social e histórico y, en últimas, un producto del
movimiento del mundo material. El pensamiento es igualmente un atributo de ese
inmenso mundo material, por más que algunas personas encuentren en este
planteamiento una simplificación del alma humana. El hecho es que el
espíritu, al ser un producto de la materia altamente desarrollada (el cerebro
humano) debe, en consecuencia, emitir sus explicaciones e interpretaciones
sobre la base del conocimiento de las leyes que dominan el comportamiento del
universo; esa es la única forma de obtener aciertos en la práctica y de tomar
distancia de la inútil especulación desligada de la objetividad. Podremos
pasarnos la vida a la luz de una amena charla intelectual especulativa,
acompañada de cigarrillos y vino, pero siempre será estéril si nuestras ideas
no se contrastan con la realidad, con práctica.
Conclusión
La ciencia, como método para encontrar la verdad, forma de ver el mundo,
cuerpo acumulativo de conocimientos, factor determinante en la producción, es
insustituible para jalonar el progreso de las naciones y para resolver sus
problemas y satisfacer sus necesidades. De ahí se desprende la importancia de
promover un proyecto independiente en ciencia y tecnología, así como también la
divulgación de sus avances y principios, de tal modo que, por un lado,
apalanquemos nuestro propio bienestar y desarrollo sin condicionamientos
externos, y, del otro, irrumpir en un período, éste sí nuevo, en el que la
ciencia haga parte de la cotidianidad y la cultura popular.
La
posibilidad de tener acceso al conocimiento del mundo es, además de una labor
práctica para el progreso, una cuestión moral propia de los sistemas sociales
avanzados, pues presupone que el conocimiento no es exclusividad de una élite
sino un bien común que le da a cada individuo el poder de acceder a la verdad y
de participar en el mundo con los pies en la tierra y no adormecido por las
distintas formas de manipulación mental que circundan el mundo contemporáneo.
La vida de la sociedad colombiana se mueve lenta y totalmente marginada del
desarrollo científico que sí prospera en las sociedades avanzadas; en lugar de
ello se arraiga el fanatismo y las diversas formas de superstición y confusión
ideológica, entorpeciendo el proceso de transformación que nuestra sociedad
reclama con tanta justicia e impaciencia.
Podrán
algunos no compartir esta posición y negar la necesidad de desarrollar la
ciencia por diferentes razones; sea apelando a los desastres ambientales, o a
las guerras atómicas o al falso humanismo que plantea la incompatibilidad entre
ciencia y espiritualidad. Lo cierto es que esas posiciones les convierten en
ingenuos colaboradores de la conservación del desastroso orden actual, pues no
están comprendiendo que la ruina ambiental se debe al atraso de la técnica y al
carácter depredador del capitalismo; que si la ciencia se ha visto involucrada
en los desmanes de la guerra ha sido por encontrarse al servicio de intereses
opuestos a los de las amplias mayorías y no por su propia índole; y que la
ciencia, lejos de ser incompatible con la espiritualidad, eleva hasta lo más
alto los espíritus; en palabras de Carl Sagan, “en su encuentro con la
naturaleza, la ciencia provoca invariablemente reverencia y admiración. El mero
hecho de entender algo es una celebración de la unión, la mezcla, aunque sea a
escala muy modesta, con la magnificencia del cosmos…La ciencia no solo es
compatible con espiritualidad sino que es una fuente de espiritualidad
profunda. Cuando reconocemos nuestro lugar en la inmensidad de años luz y en el
paso de las eras, cuando captamos la complicación, belleza y sutileza de la
vida, la elevación de este sentimiento, la sensación combinada de regocijo y
humildad es sin duda espiritual”. Ciencia y humanismo son dos
caras de una misma moneda, de la misma manera en que lo son anti-ciencia y
opresión espiritual.
Avancemos
hacia una cultura científica, racional y que obedezca a las necesidades de la
mayoría de la gente, pues la confusión y la irracionalidad no contribuirán mas
que ha perpetuar un sistema socioeconómico caduco que conduce, a paso acelerado,
hacia la decadencia, la miseria y el atraso. Contribuyamos, pues, desde nuestro
campo, al desarrollo de una sociedad nueva, para lo cual, como se dijo, es
necesario aclarar nuestras ideas, sacudirnos de las talanqueras del
posmodernismo filosófico y enarbolar las banderas luminosas de la ciencia y el
progreso.
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