GALAXIAS A ESCALA CÓSMICA
Por Leonardo Moledo
No te pregunto
de qué galaxia vienes;
ese dato nada significa
para mí.
Sólo te pregunto
tu nombre.
George
McAllister,
Espejo del Universo
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad se pensó que la Tierra era única. Cuando Copérnico la desalojó del centro de mundo y coloco al sol en su lugar, a pesar de todo lo que esto significó, el paisaje a gran escala del universo no se alteró demasiado: el sistema solar copernicano constituía un cosmos (relativamente) pequeño, que terminaba en la esfera de las estrellas fijas, que se imaginaban mas o menos como piedrecitas adheridas a ella. Pero el sol gozó poco tiempo del privilegio de la unicidad: inmediatamente se comprendió que las estrellas también son soles, o mejor, que el sol es una estrella entre tantas.
Sin embargo, la
observación a simple vista del cielo nocturno, muestra que las estrellas, lejos
de distribuirse uniformemente, se concentran en una estrecha franja, la Vía
Láctea, donde hay cientos de miles de ellas, dejando al resto del cielo casi
despoblado. La astronomía de los siglos XVIII y el XIX imaginó que la Vía
Láctea era todo el universo, una mera y apretada concentración de estrellas
sola, abandonada (y láctea) en la infinitud del espacio vacío. Kant definió a
la Vía Láctea como un "universo isla" (que ahora se llama galaxia y
que se sabe que contiene unos cien mil millones de estrellas). La Galaxia
pareció ser la estructura única y central del universo.
Pero a lo largo de la
historia, reiteradamente la unicidad demostró no ser buen negocio. En el cielo
no solo hay estrellas, del mismo modo que en el campo no solo hay espinas. El
telescopio mostraba también nubes difusas, de naturaleza misteriosa, que se
supusieron concentraciones de gas o polvo interestelar y que, guardando
fidelidad a su aspecto, se llamaron nebulosas.
En 1845, el astrónomo
William Parsons lanzó una hipótesis audaz: sugirió que lejos de ser nubes de
gas pertenecientes a la Vía Láctea, quedaban por el contrario muy lejos de
ella, y eran nada menos que otras Vías Lácteas, otros universos islas, en todo
similares al nuestro. La hipótesis de Parsons (como ocurrió con tantas otras
sugerencias de la aristocracia inglesa) tuvo pocos seguidores, y aun en 1920 se
discutía la ubicación de las nebulosas: ¿dentro o fuera de la galaxia? Tal era
la cuestión.
No duro mucho. En 1924,
Edwin Hubble zanjó de una vez por todas el asunto, al mostrar que una de las
nebulosas más notables, Andrómeda, quedaba, sin duda posible, fuera y muy lejos
de la Vía Láctea. La intuición de Parsons resulto certera: Andrómeda es
efectivamente una galaxia, tan galaxia como la Vía Láctea, y dicho sea de paso,
la más cercana a ella. Una vez descubierta la naturaleza de las nebulosas,
nuestra galaxia perdió todo privilegio, y paso a ser una entre tantas galaxias,
en un universo superpoblado de ellas. Galaxias de distintas formas y tamaños:
elípticas, espirales, pero todas con sus miles o cientos de miles de millones
de estrellas. Las galaxias resultaron ser tan numerosas como los granos de
arena de una playa, o las palabras huecas de un discurso político.
Pero ocurre que las
galaxias, de la misma manera que las estrellas, no están distribuidas de manera
más o menos regular. Hay regiones totalmente “desgalaxiadas”, y regiones donde
las galaxias se agrupan gravitatoriamente. A estas agrupaciones se las conoce
como cúmulos. La Vía Láctea, Andrómeda y otras quince galaxias mas pequeñas
conforman lo que se conoce como el Cúmulo Local, el nuestro. (La Vía láctea, Andrómeda
y otras quince galaxias. . . . uno dice galaxias como si dijera piedras, cajas
de juguetes, pero cada una de ellas encierra miles de millones de estrellas,
probablemente planetas, probablemente civilizaciones… y así y todo no son mas
que una parte infinitesimal del increíble universo).
Y encima de todo, allí
no termina la cosa. Nuestro Cúmulo Local se esta moviendo, a razón de
doscientos kilómetros por segundo, hacia su vecino: el Cumulo de Virgo. Y es
que los cúmulos galácticos, a su vez, se agrupan en supercúmulos: el Cúmulo
Local y el Cúmulo de Virgo son modestos integrantes del Supercúmulo Local, que
abarca cientos de galaxias. El Supercúmulo Local, por su parte, también tiene
vocación viajera. A la nada despreciable velocidad de novecientos kilómetros
por segundo, se dirige (de la misma manera que el supercúmulo vecino, el de
Hydra Centauro) hacia una concentración de masa todavía mas grande: el Gran
Atractor: una fabulosa megalópolis de decenas de miles de galaxias, situada a
unos ciento cincuenta millones de años luz de nosotros.
Estrellas, galaxias,
cúmulos, supercúmulos, galaxias que emigran de un cumulo a otro, supercúmulos
absorbidos por el Gran Atractor… es una enormidad que aplasta. Resulta curioso:
la idea de "universo" es suficientemente general como para
transformarse en una experiencia estética, casi en un estado de ánimo. La idea
de "diez galaxias" tiene algo concreto y contundente que perturba la
imaginación. El viejo universo precopernicano y aun el copernicano rodeado y
protegido por la esfera de las estrellas fijas, puede resultar ingenuo, pero
sin duda era hogareño y seguro. El Cúmulo Local es frío, vasto, destemplado y
asusta. Kant decía que eran dos las cosas que más lo impresionaban: la
conciencia moral en lo más íntimo, y el cielo estrellado en lo más alto. Pero
Kant no podía siquiera imaginar la danza de las galaxias en ese cielo
relativamente simple del siglo dieciocho.
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