EL
OSCURANTISMO POSMODERNO
Por Pablo Heller
Universidad y Ciencia publica, por primera
vez, un texto relativamente extenso (unas quince cuartillas). Lo hacemos por el
valor del artículo completo y por la solicitud de algunos lectores en que
profundicemos en este tema interesante, no sólo para la Ciencia, sino también
para la filosofía, la historia, la política, etc.
Significado y
alcance
En el curso de las últimas
décadas, ha irrumpido, en el campo de las ideas, el llamado “posmodernismo”.
Dicha corriente, lejos de revelarse como una moda efímera y pasajera, ha ido
extendiendo su influencia y ganado adeptos no sólo en el marco de las actividades
intelectuales más especulativas sino también en las ciencias sociales y hasta
en las denominadas ciencias “duras”.
Esta circunstancia ya es una
razón harto suficiente para prestarle una merecida atención a dicho fenómeno,
analizarlo y extraer las debidas conclusiones.
Una primera dificultad con
que tropezamos es que, bajo el paraguas común del “posmodernismo”, se reúne una
cantidad numerosa de exponentes diseminados en distintas disciplinas. Sin
embargo, tras esa diversidad de expresiones y tendencias, es posible distinguir
un cuerpo común y central de ideas, de modo tal que es pertinente hablar de “posmodernismo”
sin que esto resulte una quimera como hubiera ocurrido de tratarse simplemente
de una bolsa de gatos o un cambalache.
Tan o más importante que
ello es explicar las bases materiales que dan origen a esa corriente y permiten
su florecimiento y persistencia en el tiempo. La conexión entre determinada
concepción y el contexto histórico es una cuestión que despierta
particularmente la ira de los posmodernos, para quienes una relación causal de
esa índole es un sacrilegio que debe ser rigurosamente condenado.
A título de una primera
aproximación, el posmodernismo es “un estilo de pensamiento que desconfía de
las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de
progreso universal o de emancipación, de las estructuras aisladas, de los
grandes relatos o de los sistemas definitivos de explicación”1.
Como su nombre lo indica, se
plantea a sí mismo como una reacción y superación de la “modernidad”, cuyo
vicio habría consistido en pretender explicar el mundo —y hasta moldearlo— en
torno de la razón. Contra esta tendencia “racionalista” (cuyo origen se remonta
al iluminismo y, sin solución de continuidad, se le adjudica a todo el
pensamiento contemporáneo y, en especial, al marxismo); se “considera el mundo
como contingente, inexplicado, diverso, inestable, indeterminado, un conjunto
de culturas desunidas o de interpretaciones que engendra un grado de
escepticismo sobre la objetividad de la verdad, la historia y las normas”2.
Historia
Los posmodernistas
consideran que constituye un acto de violencia teórica procurar establecer una
explicación unitaria y monista de la realidad y aspirar a un conocimiento de
carácter universal y de alcances generales.
La “novedad” posmoderna
reside en que hay que aferrarse a los “pequeños relatos”, circunscribiéndonos
al tratamiento de eventos aislados y fragmentarios. Es necesario apartarse de
las “grandes narraciones” cuyo secreto mecanismo suponemos erróneamente poseer.
“El tiempo de los grandes relatos ha pasado”, aunque (el autor) no desprecia “el
sacrificio de quienes creyeron en ellos”3.
“Hay que rebajar las ambiciones,
banalizar el lenguaje y poner a los filósofos en su sitio, que no puede ser
otro que uno más humilde. En lugar de aspirar a ser reyes, como recomendaba
Platón, los teóricos deberían satisfacerse en dialogar con la tradición en la
que se especializan y comentar los desarrollos sociales sin pretender
dominarlos con la mirada, ni mucho menos guiarlos hacia una presunta meta
inexorable”4.
Desechado un hilo conductor
y una comprensión unitaria y abarcativa de los hechos, la historia pasa a ser
una sucesión interminable de episodios fortuitos. “Se ha llegado a estas formas
políticas (en referencia a la democracia liberal) por casualidad”. Dichas
formas “no son el punto donde desemboca un desarrollo necesario, como suponen
quienes aún confían en una filosofía de la historia. No tenemos la clave de la
evolución humana”5. En
síntesis, no sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos ni por qué estamos
parados en el lugar en que estamos, si es que lo estamos en algún lado.
La antitotalidad u holofobia
viene como anillo al dedo para considerarse eximidos de cualquier consideración
del régimen capitalista en su conjunto. No es necesario abrir un juicio
favorable o desfavorable, pues tal categoría sistémica no existe.
No es ocioso señalar que tal
estrechez equivale a una aceptación resignada del orden social imperante.
Excluida una perspectiva general para la actividad humana, la acción política
debería circunscribirse a objetivos modestos, pero al menos realizables.
“También en política... lo
pequeño es hermoso. En lugar de apasionarse por los movimientos históricos de
largo aliento (el socialismo), los filósofos deberían reconocer que son en
realidad las campañas por temas puntuales las que permiten un mayor margen para
el progresismo”6.
Racionalidad e irracionalidad
Bajo este ángulo, no hay
historia propiamente dicha ni proceso. El propio “posmodernismo” rechaza verse
como una narración, pues niega que la historia esté armada en algún sentido “narrativo”.
Los posmodernos cuestionan
la pretensión de colocar la historia como una entidad provista de un propósito
que se desarrollaría secretamente a nuestras espaldas. La historia, de acuerdo
con ese punto de vista objetado, ya tendría trazada una dirección inexorable,
definido un final. Dicha estación terminal estaría a la espera de que el hombre
la descubra; la historia no sería más que aproximaciones sucesivas hacia el
reino de la razón.
Dicho itinerario “racional”
es propio de las corrientes liberales, empezando por el iluminismo y siguiendo
luego por los positivistas, y neo positivistas pero es ajeno al marxismo, el
cual surgió como una delimitación y superación de dichas concepciones.
“La historia de la sociedad
difiere de la historia del desarrollo de la naturaleza. En la historia social
actúan hombres con su propia pasión, sus intereses, su conciencia y voluntad.
Dicho de otro modo, se trata de una historia humana, por oposición a la pura y
estrechamente ‘natural’...”7.
“La voluntad está determinada por la pasión o por la reflexión. Pero los
resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas
veces, son objetos exteriores; otras veces, motivos ideales: ambición, pasión
por la verdad y la justicia, odio personal y también manías individuales de
todo género. Pero, por una parte, ya veíamos que las muchas voluntades
individuales que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy
distintos de los propuestos —a veces, incluso contrarios— y, por lo tanto, sus
móviles tienen también una importancia secundaria en cuanto al resultado total.
Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas móviles, qué causas históricas
son las que en el cerebro de los hombres se transforman en estos móviles”8.
“Pero esta distinción, por
muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de
épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso
de la historia se rige por leyes generales de orden interno”9. Como decía Marx, “los
hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, en condiciones
elegidas por ellos, sino en las condiciones dadas y heredadas del pasado”. Pero
esta constatación no es de ningún modo sinónimo de fatalismo. Contra la idea de
un proceso lineal, ininterrumpido e inexorable de progreso y un desarrollo “racional”
de la historia, el marxismo pone de relieve más bien el proceso inverso, a
saber, el carácter contradictorio e “irracional” de ese desarrollo, fundado en
la base antagónica de una sociedad dividida en clases. Lo que prevalece, y en
forma abrumadora, son las fuerzas ciegas e “irracionales” que fue lo que llevó
a los fundadores del socialismo científico a calificar como “prehistoria” la
historia humana conocida hasta el presente. Esa “irracionalidad” no sólo es un
factor decisivo y primordial al momento de considerar la historia hasta el día
de hoy sino que tampoco podemos sustraernos a ella a la hora de empeñarnos por
ponerle fin y procurar organizar la sociedad sobre bases “racionales”.
“Las revoluciones no se
hacen en el orden más cómodo. En general, no se hacen arbitrariamente. Si se
les pudiera designar un itinerario racional, probablemente no sería menos
posible evitarlas. Pero la revolución expresa justamente la imposibilidad de
reconstruir con ayuda de métodos racionalistas una sociedad dividida en clases.
Los argumentos lógicos, aun elevados por Russell a la altura de fórmulas
matemáticas, son impotentes en presencia de los intereses materiales. Las
clases dominantes condenarán a perecer a toda la civilización, comprendidas las
matemáticas, antes que renunciar a sus privilegios... Los mismos factores
irracionales de la historia obran de la manera más brutal a través de los
antagonismos de clase. No se puede saltar por encima de estos factores. Así
como los matemáticos, operando con magnitudes irracionales llegan a
conclusiones perfectamente racionalistas, la política no puede ejercer una
acción racional, es decir, instituir en la sociedad un orden racional, sino
cuando tiene en cuenta claramente las contradicciones irracionales de la
sociedad a fin de reducirlas definitivamente, no apartando la revolución, sino
gracias a ésta”10.
Para el marxismo, por lo
tanto, el “progreso” no es “inevitable”. Sí lo es el choque y el entrenamiento
de las fuerzas sociales en pugna, pero de ningún modo está asegurado de antemano
un desenlace de ese conflicto. El pronóstico es alternativo: existe la
posibilidad de avanzar, pero también de retroceder, del progreso y del no
progreso, del socialismo o de la barbarie.
Que el fiel de la balanza se
incline para un lado o para el otro dependerá, en tanto factor insustituible e
indeleble, de la propia acción de los actores sociales, de cómo se organicen,
de cómo se preparen para esa instancia y la determinación que pongan en la
conquista de sus objetivos.
Azar y necesidad
Del rechazo al “fatalismo”
pasamos de la mano de los posmodernistas al extremo opuesto, al de la
ambigüedad y la indeterminación. Negar, sin embargo, que la historia esté
provista de un proyecto propio y un destino predeterminado no es lo mismo que
negar toda clase de leyes o causas determinantes.
En lo que a las relaciones
causales se refiere, algo que se suele olvidar es que el marxismo no sólo toma
distancia con el idealismo, que sostiene que la realidad no existe
independientemente del pensamiento o el sujeto, sino también con el llamado
materialismo de carácter “mecanicista”.
Para este último, toda
condición del fenómeno entraba como un componente necesario en la determinación
del resultado final. Todas las condiciones, todas las causas estaban así
colocadas en el mismo plano, influyendo de la misma manera en el desarrollo de
los fenómenos. Desde ese punto de vista, el mínimo accidente era elevado al
rango de necesidad o, lo que es lo mismo, la necesidad era rebajada al nivel de
accidente. Esta lógica aplicada escrupulosamente fue lo que llevó a Holbach11 a sostener, a título de ejemplo, que
la mala digestión de un monarca bastaba para engendrar una guerra y concluir
modificando el desarrollo histórico. Este determinismo mecanicista con la
ambición de darnos un cuadro rígido del orden de la naturaleza y de la
sociedad, procurando descubrir el encadenamiento riguroso de los
acontecimientos con tanta precisión como los engranajes y agujas del reloj, nos
pone, en realidad, en presencia de un caos. Es decir, por otra vía llegamos al
mismo resultado que los partidarios de la indeterminación absoluta.
La causalidad —que es el
defecto que encierra el materialismo vulgar— no debe ser confundida con la
necesidad, que expresa lo que hay de esencial y de general en un fenómeno. “La
causa y el efecto —escribía Lenin— no son sino los momentos de la
interdependencia y del vínculo universal, de la conexión de los
acontecimientos; no son sino eslabones en la cadena del desarrollo de la
materia”12.
La descripción de un
fenómeno por las causas sigue siendo exterior; la necesidad expresa, por el
contrario, la ley interna fundamental del desarrollo.
Un ejemplo nos permitirá
percibir esta distinción. La muerte del hombre está incluida en la ley interna
de su desarrollo. Pero la causa de la muerte, ya sea por un epidemia, ya por un
accidente o directamente de viejo es subalterno, accesorio respecto de la
necesidad general de la muerte de todo organismo vivo.
“La universalidad es el
carácter que abarca, en la conexión universal, todo lo que la causalidad no
expresa sino unilateral, incompleta y fragmentariamente”13.
El marxismo no niega la
existencia de lo accidental o fortuito. Ese fue el error de los materialistas
franceses del siglo XVIII quienes habían suprimido la cuestión negando directamente
su existencia. Esa era la tesis de Spinoza quien asociaba la casualidad a la
insuficiencia de nuestros conocimientos.
Hegel notaba ya que “lo
casual es necesario y la misma necesidad se determina como casualidad”.
Semejante enunciado subraya primeramente la existencia independiente de lo
fortuito, pero va más allá de ello. La casualidad no es un hecho sin causa sino
un hecho que no es fruto de un desarrollo necesario.
Se advierte aquí toda la
importancia de la distinción entre causalidad y necesidad. La casualidad no es
ausencia de causalidad sino ausencia de necesidad. No existe la contingencia “pura”,
como si un hecho pudiera fundarse o surgir misteriosamente de la nada. En todo
fenómeno, hay una relación causa-efecto.
De la misma manera que no
hay casualidad “pura”, tampoco hay necesidad “pura”. Así como la casualidad
tiene sus causas, la necesidad no se abre camino sino a través de una multitud
de casualidades. La casualidad es la forma de existencia de la necesidad. El
hecho de que yo me alimente es una necesidad, pero no lo es el que yo coma a
las doce y no a la una. Esta necesidad va a expresarse a través de una serie de
actos contingentes al igual que la ley de la evolución de las especies animales
se abre camino a través de un multitud de actos fortuitos (la selección natural
opera a través de las mutaciones al azar presentes en el proceso de
reproducción).
Lejos de haber una oposición
entre lo aleatorio y lo necesario, necesidad y casualidad constituyen dos
momentos de la universal vinculación de los fenómenos, dos momentos de la
acción recíproca. Aunque no lo adviertan, los posmodernistas tienen la misma
matriz teórica que el “determinismo vulgar” que dicen denostar. Ambos parten
del carácter irreconciliable de lo contingente y lo necesario. La diferencia
consiste en el término que excluyen.
Llegado a este punto, no nos
debería llamar la atención que ambos también arriben a iguales consecuencias en
el plano del conocimiento. Si es verdad que todas las causas están en el mismo
plano, no sería posible establecer ninguna ley científica, que es, en
definitiva, lo que sostienen los teóricos posmodernos.
“La historia... —escribe
Marx a Kugelmann en abril de 1871— sería de naturaleza harto mística si
las ‘casualidades’ no representaran algún papel. Estos casos
fortuitos entran naturalmente en la marcha general de la evolución y se
encuentran compensados por otras casualidades. Pero la aceleración o el retardo
del movimiento dependen mucho de semejantes casualidades, entre las cuales
figura también la casualidad del carácter de los llamados jefes, en primer
término, a conducir el movimiento”14.
Pero “allí donde superficialmente está en juego la casualidad, esta causalidad
se revela sometida a leyes científicas. Lo esencial es descubrir tales leyes”15.
Libertad
No es ocioso señalar que “el
libre albedrío”, la “libre elección”, tan caros al pensamiento posmodernista
quedan reducidos en los términos de su propia lógica, a la nada. El individuo
es “libre”, según su curioso punto de vista, no porque pueda ejercer cierto
control o dominio sobre el mundo y la sociedad que lo rodea, sino porque... el
mundo no puede ejercer ninguna influencia o condicionamiento significativo
sobre él. “El dilema entre libertad y fundamento queda así resuelto, pero sólo
a riesgo de eliminar al propio sujeto libre. Pues es difícil ver que se pueda
hablar aquí en absoluto de libertad, no más que lo que es libre una partícula
de polvo en un rayo de sol”16.
En otras palabras, el sujeto “posmoderno” pasa a tener la
misma categoría que la materia inerte o inanimada. Sin quererlo o queriendo, el
posmodernismo termina abrazándose teóricamente con el determinismo vulgar.
La libertad, en cambio, para
el marxismo se plantea en términos concretos: la libertad del hombre no puede
desenvolverse sino sobre la base de la necesidad histórica, del conocimiento de
las leyes de esa necesidad y en la práctica fundada en el conocimiento de esas
leyes. El “hombre” fuera de la naturaleza y la historia es una abstracción.
Aunque pretendamos ignorar o desconocer los mecanismos internos que gobiernan
las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad humana, como hacen nuestros
sabios posmodernos, ese hecho no nos evita que tales fuerzas, mal que les pese
a éstos, siguen actuando, producen su efecto, a espaldas nuestras y en contra
nuestro. Esas fuerzas nos dominan.
“La libertad no es otra cosa
que el conocimiento de la necesidad. ‘La necesidad sólo se ciega en
cuanto no se la comprende’. La libertad no reside en la sonada
independencia de las leyes naturales sino en el conocimiento de estas leyes y
en la posibilidad que lleva aparejada de hacerlas actuar de un modo planificado
para fines determinados (...).
“El libre arbitrio no es,
por tanto, según eso, otra cosa que la capacidad de decidir con conocimiento de
causa”17.
Verdad y
discurso
Otro de los supuestos
hallazgos teóricos que el posmodernismo lega a la humanidad consistiría en
liberarla definitivamente de la tiranía de la “verdad”.
“La unidad antaño provista
por la ‘razón’ como facultad trascendental que sintetizaba los
datos empíricos en categorías propias, hoy se ha desvanecido en una
multiplicidad de campos divergentes y hasta antagónicos”18.
El “saber posmoderno” constituye
“más bien una superposición arbitraria de juegos de lenguaje acotados según las
distintas disciplinas científicas, en los que no solamente se renuevan
constantemente los elementos del juego —los datos empíricos— y los
participantes —los científicos— sino también las mismas reglas o jugadas”19.
La palabra “juegos” no es
arbitraria. La teoría posmoderna afirma que los hechos adquieren o toman
significado o valor dentro de ciertas convenciones o reglas, de la misma forma
que las piezas del ajedrez adquieren el suyo dentro de las reglas del juego y
lo pierden al margen de éste.
Estamos recorridos, de
acuerdo con esta óptica, por lenguajes, cada uno con sus reglas cerradas,
independientes el uno del otro, lo cual hace impracticable cualquier intento de
dilucidar un problema, ni siquiera pretender una comprensión común. “Dado que
los diversos lenguajes no admiten la existencia de un metalenguaje al cual
pudieran recurrir los distintos participantes con el fin de entenderse y de
establecer criterios comunes de evaluación, comenzando por el criterio de
verdad, éstos se definen fáctica o, como dice Lyotard, performativamente, es
decir, mediante el uso de un cierto poder de decidir por parte de los
participantes. Así, todo consenso será puramente contingente, dependerá en cada
caso de las constelaciones internas u externas que determinan cada disciplina
y, por último, se evaporará tan rápidamente como se formó al cambiar el cuadro
de dominios e influencias”20.
Conclusión: cada grupo
social y hasta cada individuo construyen sus propias verdades sin que haya modo
racional de unificarlas.
Si algún mérito hay que
adjudicarle a esta apreciación es que desmistifica el lugar de la ciencia y de
los medios “académicos”, los saca de su altar inmaculado, como si los mismos
pudieran abstraerse y estar por encima de los conflictos y antagonismos
sociales.
Esto es particularmente
válido en el momento actual, pues como nunca antes en la historia, la actividad
intelectual y científica, en especial, ha pasado a girar bajo la órbita del
capital. La investigación y el quehacer científico, junto con sus
protagonistas, pierden toda independencia y se transforman en un coto cerrado
de la corporación privada, la cual decide qué, cómo y cuándo se debe investigar
y quién debe hacerlo.
Pero el defecto de Lyotard y
sus seguidores es que, en lugar de ver en este fenómeno la forma peculiar que
adopta la actividad científica e intelectual bajo el régimen social vigente, se
la atribuye a la propia naturaleza de ésta. Importa destacar que, de todos
modos, este fenómeno se expresa como tendencia o, mejor dicho, como
contratendencia pues no puede anular la tendencia al conocimiento, es decir,
los límites que el capital coloca al desarrollo del conocimiento son “relativos”
(por referencia a las posibilidades que ofrecen los recursos y la condiciones
materiales y humanas que cuenta la sociedad), aunque no excluye que, bajo
ciertas circunstancias, en determinadas coyunturas o áreas y por cierto tiempo,
esto pueda alcanzar un carácter “absoluto”.
No hace falta ningún “metalenguaje” para
establecer una conexión y un vínculo universal entre las diferentes expresiones
y construcciones intelectuales, como no lo necesitamos cuando pasamos del
inglés al español o al chino, o a la inversa, aunque sus reglas gramaticales,
su fonética y sus estructuras sintéticas sean radicalmente diferentes. La
humanidad se las ha ingeniado para establecer una comprensión común de los
problemas, interrogantes y enigmas que debía enfrentar, sin tropezar con
obstáculos insalvables como pretenden intimidarnos los posmodernos. El
fantástico y gigantesco acervo cultural y científico, heredado de generación en
generación, renovado y ampliado, es la constatación más concluyente de dicho
proceso.
Verdad,
creencias e intereses sociales
Lo que luego va a
transformarse en una verdadera “moda” arranca en los años 60, cuando los
precursores del posmodernismo “sostuvieron que no hay diferencias entre
conceptos observacionables y conceptos teóricos: que todos los primeros tienen
una carga teórica, porque toda observación es guiada por alguna teoría,
explícita o tácita. No advirtieron la diferencia entre conceptos tales como
hueso y carga eléctrica, ni el hecho de que en una ciencia se necesitan ambos”21.
De acuerdo con esta óptica,
estamos atrapados sin salida en un círculo vicioso epistemológico, dado que
cualquier interpretación está sesgada por nuestras creencias e intereses. “La
racionalidad que podemos ofrecer para evaluar [la realidad]... opera sólo
dentro de esas creencias, es un producto de ellas”22.
El remedio a este dilema que
los positivistas ofrecieron en el pasado —y que, agreguemos, siguen planteando
en el presente— es que el hombre debería despojarse de sus intereses. La
creación científica sería un acto supremo y sublime de desinterés, con lo cual
lograríamos distanciarnos, de alguna manera, de nuestra situación histórica. El
posmodernismo comparte esta concepción, pero difiere con sus antagonistas en
que tal baño de asepsia no puede consumarse, con lo cual da por cancelado todo acto
genuino de conocimiento.
Huelga señalar que estamos
ante una pretensión metafísica, pues el individuo existe solo en la historia y
no fuera de ella. Como lo señaló Bertolt Brecht alguna vez, “sólo alguien que
está dentro de una situación [refiriéndose a la historia] puede juzgarla”. Al
margen de la historia, es una abstracción hablar de sujeto.
La labor intelectual tomada
de conjunto como un fenómeno colectivo, incluida la capacidad para hacer un
análisis desprejuiciado de la realidad, no sujeto a preconceptos y esquemas
inconmovibles, más aún cuando nos acercamos al campo de las ciencias sociales,
no es ajena al tiempo histórico y tampoco al lugar en que sus autores están
parados y se ubican en el escenario social.
La historia contemporánea es
el mejor testimonio de ello pues la revolución científico-técnica y cultural
más grande de la humanidad tuvo como fundamento y motor la aparición en escena
de nuevos actores y fuerzas sociales.
Otro de los blancos
predilectos de los posmodernistas consiste en arremeter contra la “verdad
absoluta”, el “conocimiento acabado”, como si ésa fuese una premisa de la
ciencia y del marxismo, al cual le adjudican tamaña ambición cuando “es lo
primero que liquidaron como pretensión Marx y Engels en el mismo momento en que
accedieron a definir al socialismo como ciencia”23. “Apenas conseguimos comprender (...) que la tarea
que así se coloca la filosofía no quiere decir sino que un filósofo individual
debe realizar lo que sólo puede ser realizado por el género humano entero en su
desenvolvimiento gradual; apenas comprendimos eso, toda la filosofía, en el
sentido que hasta entonces se dio a esta palabra, está terminada. Se abandona
la verdad absoluta que no puede ser alcanzada por ese camino ni por cualquier
individuo aisladamente y se pasa a buscar, al contrario, las verdades
relativas, accesibles a través de la ciencias positivas y de la síntesis de sus
resultados por medio del pensamiento dialéctico”24.
La postura posmoderna es una
copia de la de los agnósticos, de Kant en adelante, con la única diferencia de
que, en lugar del lenguaje, la barrera para el conocimiento según estos
últimos, eran los sentidos (en qué medida éstos eran capaces de darnos una
información confiable y fidedigna de los objetos por ellos percibidos). El hombre
“había resuelto —escribe Engels— la dificultad mucho antes que las cavilaciones
humanas la inventasen. La prueba del budín es el comerlo”25.
“Desde el momento en que
aplicamos estas cosas, con arreglo a las propiedades que percibimos en ellas, a
nuestro propio uso, sometemos las percepciones de nuestros sentidos a una
prueba infalible en cuanto a su exactitud o falsedad. Si estas percepciones
fuesen falsas lo sería también nuestro juicio acerca de la posibilidad de
emplear la cosa de que se trata y nuestro intento de emplearla tendría que
fracasar forzosamente. Pero si conseguimos el fin perseguido, si encontramos
que la cosa corresponde a la idea que nos formábamos de ella, que nos da lo que
de ella esperábamos al emplearla, tendremos la prueba positiva de que, dentro
de estos límites, nuestras percepciones acerca de esta cosa y de sus
propiedades coinciden con la realidad existente fuera de nosotros”26.
Pluralismo
Este relativismo
epistemológico llevado al absurdo se compadece con el culto que el
posmodernismo cultiva por el “pluralismo”: “todo es interpretable”, “todo es
relativo”, “todo depende de las creencias de cada uno”, una serie de
vulgaridades llevadas a la categoría de máximas indiscutibles. Sería, según
este prisma, una imposición y un ejercicio autoritario querer hacer prevalecer
cierta idea o concepción y excluir otra pues “nadie es dueño de la verdad”.
Lo menos que puede decirse
es que, con este método, lo único que puede florecer es el eclecticismo y la
ambigüedad, pues todo enunciado o afirmación de algo supone exclusión.
Este mismo principio lo
extienden al campo social. El orden social ideal que proclaman los posmodernos
es aquel en que no haya que “excluir a alguien”. Pero lo que no han podido
resolver, es cómo se puede no excluir a alguien, incluyendo a los “excluidores”.
El régimen social capitalista es una poderosa maquinaria de exclusión (de las
riquezas, de los recursos, del esfuerzo y del producto ajeno, de la salud, de
la educación y de la vida) de la abrumadora mayoría de la población, la más
grande que haya conocido la historia. Para avanzar, para que la humanidad dé un
salto hacia adelante, lo primero que hay que hacer, aunque no sea del agrado de
los posmodernistas, es excluir —mediante acto coactivo y autoritario— a los
excluidores.
El pensamiento posmoderno,
pese a hacer gala de pluralismo, se caracteriza por una extremada
unilateralidad. Está fuera de su modo de operar tener en cuenta los dos
términos de la contradicción. Los conceptos de “pluralidad”, “diferencia”, “cambio”,
“diversidad”, “heterogeneidad” coexisten con los de “unidad”, “identidad”, “totalidad”,
“universalidad”. En lugar de examinar sus vínculos y acción recíprocos, los
posmodernistas tienden a suprimir, a “excluir” (aun a costa de violentar sus
principios) uno de esos términos, por supuesto, el que más les conviene.
Esto vale a la hora de
considerar la historia rindiéndole pleitesía al “cambio”, como si éste
consistiera en la entrada en acción de una coyuntura que reemplaza a otra, sin
conexión con lo que pasó ni influencia sobre lo que vendrá; una suerte de
eterno presente. Aunque todo cambio supone ruptura, pero también continuidad. “La
tácita reducción de la historia al cambio —una especie de hiperhistoria— (...)
es el más comprensible de los hábitos polémicos pero perpetúa una verdad a
medias que confunde. La historia es también —y decisivamente, en su mayor parte—
continuidad. El proceso histórico es diferencial: está modelado por una
pluralidad de ritmos y temporalidades, algunos medibles con relojes y
calendarios, otros que pertenecen a la eternidad práctica del tiempo profundo.
Las estructuras y los acontecimientos históricos (...) son, por lo tanto, de
carácter complejo y nunca pertenecen a un único modo
(continuidad/discontinuidad) o temporalidad. Los contextos son breves y
estrechos (una generación, una crisis política), pero también prolongados y
amplios (un lenguaje, un modo de producción) y todo esto al mismo tiempo”27.
Idealismo
Pero el posmodernismo va aún
más lejos. Del cuestionamiento sobre la capacidad de discernir la verdad en
términos racionales se pasa a proclamar la abolición de la distinción entre
hecho y teoría. No es un asunto menor, pues saltamos de una tesis concerniente
al conocimiento a otra que se refiere a la propia naturaleza del mundo, aunque
es fácil percibir que una desemboca en la otra.
Dicha tendencia también ha
encontrado sus adeptos en el propio ámbito científico. En su influyente
libro Laboratory Life: The Social Construction of Scientific
Facts (1979, pág.182), Latour y Woolgar afirman dogmáticamente que “el
allí afuera (el mundo exterior) es la consecuencia del trabajo científico antes
que su causa”.
Y agregan: “La naturaleza es
un concepto utilizable sólo como producto secundario de la actividad agonística”.
Otros constructivistas concuerdan. Por ejemplo, H. M. Collins escribe que “el
mundo natural desempeña un papel pequeño o nulo en la construcción del
conocimiento científico.” K. D. Knorr-Cetina sostiene que “en ningún lugar del
laboratorio encontramos la ‘naturaleza’ o la ‘realidad’, que
es tan crucial en las interpretaciones descriptivistas [no constructivistas] de
la investigación”28.
El fetichismo del lenguaje
es llevado a su máxima expresión: ya no sólo es un obstáculo para el
conocimiento de la realidad sino que directamente la crea.
El lenguaje pasa a ser el
eje constitutivo del mundo. Es el regreso al pensamiento oscurantista de
Wilgenstein, quien sostiene que, como “nuestro lenguaje nos da al mundo, no
puede comentar su relación con él”29.
Ingresamos en el universo de los discursos hasta tal punto que se comienza a
hablar de “prácticas discursivas” (como si fuera lo mismo hablar de un
asesinato que el acto de cometerlo).
Este punto de vista tuvo,
entre sus adherentes en las filas del “marxismo”, a Althusser quien
pasó a hablar de la “práctica teórica”, con la cual el propio término pasa a
carecer de significado, pues si todo es “práctica”, el concepto ya no sirve
para distinguir nada. Dicho sea de paso, semejante categoría en el sistema
althusseriano está al servicio de romper la unidad dialéctica de teoría y
práctica.
La posición posmoderna tiene
una innegable filiación nietzscheana. Para Nietzsche, el mundo es un caos
inefable: “El significado es cualquier cosa que construimos arbitrariamente
mediante nuestros actos de dar sentido. El mundo no se clasifica
espontáneamente en especies, jerarquías causales, etc., como podría pensar un
realista filosófico; por el contrario, somos nosotros los que hacemos todo esto
al hablar sobre él. Nuestro lenguaje no refleja tanto la realidad como la
significa, le da forma conceptual. Así, pues, es imposible responder a la pregunta
de qué es aquello que recibe una forma conceptual: la realidad misma, antes de
que lleguemos a constituirla mediante nuestros discursos, es sólo una X
inexpresable”30.
La razón, según Nietzsche,
es una facultad subalterna y acomodaticia al servicio de la verdadera sustancia
del ser humano que residiría en sus facultades más instintivas e impulsos
primarios, en particular en “su irreprimible voluntad de poder, cuya más alta
expresión se encuentra en la figura del superhombre nietzscheano”31.
En este marco, la pretensión
de establecer una correspondencia entre teoría y realidad es una pretensión sin
sentido. No podemos utilizar los hechos que nos proporciona la realidad para
poner a prueba las teorías y ninguna teoría serviría para guiar la búsqueda de
nuevos hechos. “Dado que los hechos son productos del discurso, sería circular
comparar nuestro discurso con ellos. El mundo no interviene en nuestra
conversación, aun cuando estemos hablando de él. ‘¡No interrumpas!
¡Estamos hablando sobre ti!’ es la respuesta de los pragmáticos a
cualquier débil chistido que pueda emitir el mundo, como una pareja de padres
imponentes que discuten acerca de su hijo timorato”32.
Los posmodernistas se
autoproclaman herederos de Saussure, fundador de la lingüística moderna, pero
éste de ninguna manera otorgó al lenguaje un carácter “determinante” del
individuo y menos aun “constituyente” del mundo. El punto de partida de su
análisis es, precisamente, el proceso inverso al destacar los factores que
intervienen en su conformación. Es decir, no en la calidad de factor “determinante”
sino de fenómeno “determinado” por diferentes dimensiones biológicas y
anatómicas, psíquicas, sociales e históricas.
Saussure destaca que “no hay
sonidos sin los órganos bucales”. El sonido, por otro lado, “no es más que el
instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo”. El lenguaje “tiene un
lado individual y un lado social y no puede concebirse el uno sin el otro”.
Implica a la vez “un sistema establecido y una evolución: en cada momento es
una institución actual y un producto del pasado”33.
Fijado este cuadro, su labor
consiste en establecer el objeto específico de estudio destinado a justificar a
la lingüística, en proceso de formación en ese entonces, como una disciplina
científica independiente. El signo “sausseriano” no es el demiurgo de lo real
sino que cumple una función más modesta (para desilusión de los
posmodernistas), “apenas” de una entidad lingüística.
Lugar histórico
del posmodernismo
Aunque no sea del agrado de
sus partidarios y representantes, el posmodernismo es una constatación de que
el “determinismo” existe si entendemos por éste la existencia de conexiones y
relaciones necesarias que explican y dan cuenta del desenvolvimiento social.
La crisis y descomposición
de un régimen social no puede dejar de invadir todos los poros de la actividad
humana y, entre ellos, uno tan sensible como es la producción intelectual y
creativa. La negación de cualquier criterio de verdad y comprensión común de
los fenómenos, el rechazo a cualquier explicación unitaria de alcance general,
el descrédito de la razón, el idealismo y eclecticismo, todos estos elementos
que configuran los rasgos salientes de dicha corriente nos hablan de un
acentuado oscurantismo.
Nuevamente, ha quedado
demostrado que, cuando algo ha llegado al final de su vida útil y no es
reemplazado a tiempo, comienza a pudrirse. El oscurantismo posmoderno es un
testimonio de que tampoco este proceso es ajeno al campo de las ideas, como lo
revela la extensión que ha adquirido dicha corriente ideológica en el mundo
intelectual, en la opinión pública, en las ciencias y hasta en la propia
educación. La innovación científico-técnica y cultural, originada en la
incesante renovación de los métodos de producción y aumento de la productividad
del trabajo, inherentes al modo de producción capitalista, chocan con las
relaciones de producción imperantes de las cuales el oscurantismo posmoderno es
un subproducto.
La burguesía ya no puede,
como en el pasado, presentar sus propias aspiraciones e intereses como
encarnación de los intereses generales de la humanidad. El orden social,
resultante de su irrupción como clase social dirigente, fue exhibido en su
momento como la consagración de la razón. Esto se reveló tempranamente como una
estafa (un falso universalismo que no era más que una envoltura para encubrir
sus intereses particulares como clase), pero siguió valiéndose de dicho recurso
para justificar sus actos y acciones.
Una medida del retroceso que
el posmodernismo implica es que la Iglesia ha irrumpido en escena reivindicando
la “razón”. La última encíclica papal “Fides et Ratio (Fe y Razón)”, de
reciente aparición, sostiene la posibilidad de reconciliación de ambos
términos. Nos encontramos con la paradoja de que el reducto histórico del
oscurantismo ha terminado convirtiéndose en el abanderado del conocimiento
científico. Dicho ‘aggiornamiento’ de la Iglesia está al
servicio de preservar ciertos principios y posiciones muy caras para ésta (el
aborto, la educación confesional) y, por sobre todo, el oscurantismo mayor, el
de la creación divina, principio medular y primario de la fe34.
Pero al margen de lo irónico
de este hecho, no deja de expresar una formidable bancarrota intelectual con
implicancias para el funcionamiento del sistema capitalista en su conjunto.
Consagrar como principio la falta de principios y verdades es una base muy
endeble para suscitar el entusiasmo de alguien, actuar de fuerza convocante y
aglutinadora y menos aun para motivar su identificación política. Por lo
pronto, quien no tenga un cuerpo de ideas con alcance universal carece de
título suficiente para reclamar un liderazgo o supremacía política y social. En
ese sentido, el posmodernismo, a su modo y especialmente en alguna de sus
expresiones, mina esa autoridad al presentar la ‘verdad’ como
función del poder y del deseo (léase, los apetitos y voracidad capitalista),
desenmascarando el verdadero rostro de la sociedad moderna.
Por eso, el sistema no puede
evitar insistir en la naturaleza universal de sus fundamentos. En este
contexto, es donde adquiere un renovado e inusitado impulso la Iglesia, la cual
se autopostula para ocupar ese lugar y función ideológica unificadora.
El hecho de que el
posmodernismo asuma una envoltura “progresista” y que, en
muchos casos, quienes más devotamente lo cultivan provengan de estos círculos e
incluso de las filas de la izquierda no desmiente el carácter retrógrado y
regresivo del posmodernismo sino que delata el desplazamiento político e
ideológico de sus partidarios. No por casualidad es una matriz teórica donde se
nutre la centroizquierda y la izquierda ‘progresista’. “Proviene de
intelectuales que no tienen particularmente ninguna razón apremiante para
ubicar su propia existencia social dentro de un marco político más amplio”35.
No se trata simplemente de
un error teórico o una diferencia de estilos. “Pensarlo como una elección de
estilos intelectuales es en sí un movimiento idealista. Cuán global sea un
pensamiento no depende de cuán impresionantemente gruesos sean nuestros libros
sino de dónde se está parado, a menos de que no se quiera estar parado en
ninguna parte”36.
La imposibilidad de los
ideólogos del capitalismo para enarbolar un pensamiento de conjunto, abarcativo
y general, sus limitaciones específicas como clase, la burguesía pretende
transferírselas a la sociedad en su conjunto.
El oscurantismo posmoderno
es una constatación más, y no por cierto menor, de que el interés universal de
la humanidad reclama de otros actores sociales y otro régimen social.
Notas
1. Terry
Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, Ed. Paidós, 1998.
2. Idem.
3.
Richard Rorty, Pragmatismo y Política. Citado por el diario Clarín,
3/1/99.
4. Idem.
5. Idem.
6. Idem.
7. Pablo
Rieznik. “Engels, Ciencia y Socialismo”, En Defensa del Marxismo Nº
8, Setiembre ‘95.
8.
Marx, Obras escogidas, Ed. Sociales, 1948, pág. 173.
9.
Marx. La lucha de clases en Francia, Ed. Sociales, 1948, pág. 173.
10. León
Trotsky, ¿A dónde va Inglaterra?, El Yunque, junio de 1974, pág.
200 y 201.
11.
Filósofo francés (1723/89), uno de los exponentes más destacados del
enciclopedismo, cuyas ideas inspiraron la revolución francesa. Materialista y
ateo es autor del tratado Sistema de la Naturaleza.
12.
Lenin, Cuadernos filosóficos, págs. 97/134.
13. Idem,
págs. 98/135.
14. Marx,
Cartas a Kugelmann, publicadas en anexo a La guerra civil en Francia
1871, Ed. Sociales, París, 1952, pág. 78.
15. Marx
y Engels, Obras escogidas, pág. 354.
16. Terry
Eagleton, op. cit., pág. 73
17. Federico Engels, Anti-Duhring,
Ed. Pueblos Unidos, 1948, pág. 139.
18.
Jean-Francois Lyotard, La condición posmoderna, trad. esp. Madrid:
Cátedra, 1986. Citado por La Nación, “Teoría critica y
posmodernismo”, por Osvaldo Guariglia, Buenos Aires, julio de 1992.
19. Idem.
20. Idem.
21. Mario
Bunge, Elogio de la curiosidad. Sudamericana, editado en julio de
1998, pág. 194.
22. Terry
Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, pág. 64.
23. Pablo
Rieznik, op. cit. Para un mayor desarrollo del tema, consultar el artículo
citado.
24.
Federico Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica
alemana. Ed. Polémica, agosto de 1975, pág. 69.
25.
Federico Engels, Anti-Duhring, pág. 139.
26. Idem, pág. 411.
27. Mulhern, Francis (comp.), Contemporary
Marxist Literary Criticism, Londres, 1992, pág.22. Citado por Terry Eagleton en Las ilusiones del posmodernismo.
28. Mario
Bunge, op cit., pág 195.
29. Terry
Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, pág. 67.
30. Terry
Eagleton, Ideología, Ed. Paidós Básica,1997, pág. 255.
31.
Ludovico Geymonat, Historia de la filosofía y de la ciencia, Ed.
Crítica,1985, pág. 290.
32. Terry
Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, pág. 66.
33.
Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, Ed. Planeta,
pág. 21 y 22.
34. Fernando
Savater, La Nación, 12/11/98.
35. Terry
Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, pág. 29.
36. Idem,
págs. 29 y 30.
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