20 de febrero de 2013

la historia de la ciencia: un incesante alumbramiento


LA HISTORIA DE LA CIENCIA Y LAS LECCIONES PARA LAS IDEAS EMERGENTES


Una mejor comprensión de los fracasos científicos del siglo XIX puede dar un crudo aviso sobre el valor del pensamiento científico predominante en la actualidad.
Dentro de cien años, los historiadores de la ciencia y la tecnología mirarán hacia nuestra época y se maravillarán de las teorías, experimentos y avances característicos de nuestro tiempo.
Pero también quedarán desconcertados por los callejones científicos sin salida de nuestra época: las teorías e ideas que quedaron en la cuneta debido a que resultaron estar mal planteadas, ser incorrecta o simplemente ser palabrería vacía.
Inevitablemente esto genera una interesante pregunta: ¿cuánto de lo que consideramos investigación establecida caerá en esta categoría de ciencia que es mejor olvidar?
Una forma de enfocar esta cuestión es examinar nuestra actitud ante la ciencia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

La versión popular es algo así: esta era estuvo caracterizada por la idea de que el universo podría ser descrito más o menos completamente por las leyes de la mecánica de Newton, las leyes de la termodinámica y la teoría electromagnética de Maxwell.
Todo estaba  bien, salvo por una o dos grietas menores que todos esperaban que pudiesen solventarse fácilmente. Por supuesto, esto finalmente llevó a dos de las mayores revoluciones del pensamiento científico: la teoría cuántica de Max Planck en 1900 y las teorías especial y general de la relatividad de Einstein unos años más tarde.
Sin embargo, esta versión popular subestima gran parte de la complejidad del debate científico de la época, no logra abarcar hasta qué punto muchas ideas científicas establecidas resultaron ser espectacularmente incorrectas. Estas ideas fueron ampliamente debatidas, muy apreciadas y, en muchos casos, contaban con un gran apoyo. Ahora estos callejones sin salida de la ciencia han sido olvidados desde hace mucho.
Hoy, Helge Kragh, de la Universidad de Aarhaus en Dinamarca, pone las cosas en su sitio re-examinando la física de final de siglo y las ideas que predominaban en ella. Hay mucho que aprender de las historias que cuenta.
Un episodio olvidado en gran parte fue el desencanto general en esta época con la idea de “materia”. Varias líneas de pensamiento parecían sugerir que la idea de un universo atomista basado en unidades fundamentales de materia era errónea.
Por ejemplo, las leyes de la termodinámica sólo tenían sentido si los átomos eran cuerpos rígidos sin estructura interna. Aun así las pruebas procedentes de los experimentos espectroscópicos sugerían que los átomos debían tener estructura interna. La frase “la materia está muerta” se hizo muy popular como eslogan en esa época y claramente una de las dos tenía que ceder.
Una solución predominante a este problema se basó en la idea de que la materia no era una propiedad fundamental del universo, sino emergente. Esta coincidió con una creciente comprensión de que varias formas de energía –cinética, potencial, química, térmica, etc.– eran manifestaciones del mismo suceso. Por tanto, tal vez la materia no era también más que otra forma de energía.
Esta idea, que pasó a conocerse como energética, disfrutó de un fuerte apoyo durante muchos años. Mantenía la idea de que dado que las leyes de Newton podían describirse completamente en términos de energía, no había necesidad de la hipótesis del átomo. Esta fue una teoría de gran unificación del universo y uno de sus principales defensores fue Willhelm Ostwald, que más tarde ganaría el premio Nobel de química por su trabajo sobre los catalizadores.
En una charla en 1895, Ostwald dijo que: “El legado científico más prometedor que puede ofrecer el siglo que acaba es el reemplazo de la visión materialista del mundo por la visión energeticista”.
Otra solución llegó a través de la idea de éter luminífero, que predominó en el pensamiento científico de una forma que es difícil de imaginar en la actualidad.  ”El problema básico no era si el éter existía o no, sino la naturaleza del mismo y su interacción con la materia”, señala Kragh.
El éter estaba ampliamente aceptado como el cimiento básico del universo a partir del cual surgía el resto de cosas. Muchos físicos proclamaron que el éter sería la base para una teoría de gran unificación de todo, entre ellos, irónicamente, Albert Michelson.
Una teoría ampliamente debatida durante varios años y propuesta por William Thomson, también conocido como Lord Kelvin, postulaba que los átomos eran vórtices de éter. Curiosamente, los físicos nunca demostraron que esta idea fuese incorrecta. En lugar de ello, simplemente perdió fuelle.
Entonces se sucedieron varios descubrimientos que resultaron ser poco más que voluntarismo. El descubrimiento de los rayos-X por parte de William Roentgen en 1895 llevó al anuncio de una apabullante variedad de rayos, por ejemplo los rayos-N, la luz negra, los rayos de electricidad positiva, los rayos Moser, los rayos selénicos y los rayos magnéticos.
Todos ellos resultaron ser productos de las fértiles imaginaciones de los físicos implicados; el resultado de una especie de histeria de rayos.
Kragh describe otros episodios con fascinante detalle. Lo interesante, por supuesto, es hasta qué punto es posible establecer paralelismos entre las tendencias científicas de ese momento y las actuales.
En los últimos 20 años ha surgido un sentimiento cada vez mayor de que distintas formas de información –genética, digital, entrópica, etc.– son manifestaciones de lo mismo. Es más, hay un intenso interés en el papel que podría desempeñar la información en las leyes de la física. ¿Podría ser la información más fundamental que los conceptos de masa o incluso energía? ¿Tal vez las leyes de la física deben derivarse a partir de sus propiedades, si es que podemos descifrarlas?
Luego tenemos la búsqueda de la materia oscura, una misteriosa sustancia que impregna el universo y que no podemos ver, sentir ni medir.
Y desde luego hay varias teorías del todo que se centran en unificar la mecánica cuántica y la relatividad que predicen varias dimensiones extra, otros universos e incluso una multitud de ellos.
¿Cuánto de esto parecerá irrelevante, extravagante o incorrecto en los próximos 100 años?  Es imposible decirlo pero los paralelismos con algunos de los episodios de hace un siglo dan para una entretenida especulación.
Kragh muestra claramente que sólo una pequeña fracción del debate científico predominante en la década de 1980 es relevante en la actualidad. Y no hay razón para pensar que no se cumplirá lo mismo cuando los historiadores revisen la ciencia de inicios del siglo XXI dentro de cien años.


Fuente: ThePhysicsArXiv Blog

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