LA
HISTORIA DE LA CIENCIA Y LAS LECCIONES PARA LAS IDEAS EMERGENTES
Una
mejor comprensión de los fracasos científicos del siglo XIX puede dar un crudo
aviso sobre el valor del pensamiento científico predominante en la actualidad.
Dentro
de cien años, los historiadores de la ciencia y la tecnología mirarán hacia
nuestra época y se maravillarán de las teorías, experimentos y avances
característicos de nuestro tiempo.
Pero
también quedarán desconcertados por los callejones científicos sin salida de
nuestra época: las teorías e ideas que quedaron en la cuneta debido a que
resultaron estar mal planteadas, ser incorrecta o simplemente ser palabrería
vacía.
Inevitablemente
esto genera una interesante pregunta: ¿cuánto de lo que consideramos
investigación establecida caerá en esta categoría de ciencia que es mejor
olvidar?
Una
forma de enfocar esta cuestión es examinar nuestra actitud ante la ciencia de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
La
versión popular es algo así: esta era estuvo caracterizada por la idea de que
el universo podría ser descrito más o menos completamente por las leyes de la
mecánica de Newton, las leyes de la termodinámica y la teoría electromagnética
de Maxwell.
Todo
estaba bien, salvo por una o dos grietas menores que todos esperaban que
pudiesen solventarse fácilmente. Por supuesto, esto finalmente llevó a dos de
las mayores revoluciones del pensamiento científico: la teoría cuántica de Max
Planck en 1900 y las teorías especial y general de la relatividad de Einstein
unos años más tarde.
Sin
embargo, esta versión popular subestima gran parte de la complejidad del debate
científico de la época, no logra abarcar hasta qué punto muchas ideas
científicas establecidas resultaron ser espectacularmente incorrectas. Estas
ideas fueron ampliamente debatidas, muy apreciadas y, en muchos casos, contaban
con un gran apoyo. Ahora estos callejones sin salida de la ciencia han sido
olvidados desde hace mucho.
Hoy,
Helge Kragh, de la Universidad de Aarhaus en Dinamarca, pone las cosas en su
sitio re-examinando la física de final de siglo y las ideas que predominaban en
ella. Hay mucho que aprender de las historias que cuenta.
Un
episodio olvidado en gran parte fue el desencanto general en esta época con la
idea de “materia”. Varias líneas de pensamiento parecían sugerir que la idea de
un universo atomista basado en unidades fundamentales de materia era errónea.
Por
ejemplo, las leyes de la termodinámica sólo tenían sentido si los átomos eran
cuerpos rígidos sin estructura interna. Aun así las pruebas procedentes de los
experimentos espectroscópicos sugerían que los átomos debían tener estructura
interna. La frase “la materia está muerta” se hizo muy popular como eslogan en
esa época y claramente una de las dos tenía que ceder.
Una
solución predominante a este problema se basó en la idea de que la materia no
era una propiedad fundamental del universo, sino emergente. Esta coincidió con
una creciente comprensión de que varias formas de energía –cinética, potencial,
química, térmica, etc.– eran manifestaciones del mismo suceso. Por tanto, tal
vez la materia no era también más que otra forma de energía.
Esta
idea, que pasó a conocerse como energética, disfrutó de un fuerte apoyo durante
muchos años. Mantenía la idea de que dado que las leyes de Newton podían
describirse completamente en términos de energía, no había necesidad de la
hipótesis del átomo. Esta fue una teoría de gran unificación del universo y uno
de sus principales defensores fue Willhelm Ostwald, que más tarde ganaría el
premio Nobel de química por su trabajo sobre los catalizadores.
En
una charla en 1895, Ostwald dijo que: “El legado científico más prometedor que
puede ofrecer el siglo que acaba es el reemplazo de la visión materialista del
mundo por la visión energeticista”.
Otra
solución llegó a través de la idea de éter luminífero, que predominó en el
pensamiento científico de una forma que es difícil de imaginar en la actualidad.
”El problema básico no era si el éter existía o no, sino la naturaleza
del mismo y su interacción con la materia”, señala Kragh.
El
éter estaba ampliamente aceptado como el cimiento básico del universo a partir
del cual surgía el resto de cosas. Muchos físicos proclamaron que el éter sería
la base para una teoría de gran unificación de todo, entre ellos, irónicamente,
Albert Michelson.
Una
teoría ampliamente debatida durante varios años y propuesta por William
Thomson, también conocido como Lord Kelvin, postulaba que los átomos eran
vórtices de éter. Curiosamente, los físicos nunca demostraron que esta idea
fuese incorrecta. En lugar de ello, simplemente perdió fuelle.
Entonces
se sucedieron varios descubrimientos que resultaron ser poco más que
voluntarismo. El descubrimiento de los rayos-X por parte de William Roentgen en
1895 llevó al anuncio de una apabullante variedad de rayos, por ejemplo los
rayos-N, la luz negra, los rayos de electricidad positiva, los rayos Moser, los
rayos selénicos y los rayos magnéticos.
Todos
ellos resultaron ser productos de las fértiles imaginaciones de los físicos
implicados; el resultado de una especie de histeria de rayos.
Kragh
describe otros episodios con fascinante detalle. Lo interesante, por supuesto,
es hasta qué punto es posible establecer paralelismos entre las tendencias
científicas de ese momento y las actuales.
En
los últimos 20 años ha surgido un sentimiento cada vez mayor de que distintas
formas de información –genética, digital, entrópica, etc.– son manifestaciones
de lo mismo. Es más, hay un intenso interés en el papel que podría desempeñar
la información en las leyes de la física. ¿Podría ser la información más
fundamental que los conceptos de masa o incluso energía? ¿Tal vez las leyes de
la física deben derivarse a partir de sus propiedades, si es que podemos
descifrarlas?
Luego
tenemos la búsqueda de la materia oscura, una misteriosa sustancia que impregna
el universo y que no podemos ver, sentir ni medir.
Y
desde luego hay varias teorías del todo que se centran en unificar la mecánica
cuántica y la relatividad que predicen varias dimensiones extra, otros
universos e incluso una multitud de ellos.
¿Cuánto
de esto parecerá irrelevante, extravagante o incorrecto en los próximos 100
años? Es imposible decirlo pero los paralelismos con algunos de los
episodios de hace un siglo dan para una entretenida especulación.
Kragh
muestra claramente que sólo una pequeña fracción del debate científico
predominante en la década de 1980 es relevante en la actualidad. Y no hay razón
para pensar que no se cumplirá lo mismo cuando los historiadores revisen la
ciencia de inicios del siglo XXI dentro de cien años.
Fuente:
ThePhysicsArXiv Blog
No hay comentarios:
Publicar un comentario