UNA ERA FASCINANTE
Por Hernán
Toro
Cuando Copérnico estableció su modelo heliocéntrico del sistema solar inició una reacción en cadena que desmontó a la humanidad del centro del Universo y que trastornó todos los campos del conocimiento en los siglos venideros. En su época, nuestro mundo era el centro de la creación alrededor del cual el reino celestial giraba incansablemente como un mecanismo de relojería impulsado por la Divinidad.
El postular
que no era la Tierra sino el Sol el centro alrededor del cual se movían los
astros fue rechazado vehementemente por el establecimiento religioso, hasta el
punto en que el padre de la ciencia moderna, Galileo, fue obligado a
retractarse de que la Tierra orbitaba el sol, y fue condenado a prisión
domiciliaria por promover esta verdad contraria a la fe de ese entonces.
Pero la
ciencia termina triunfando porque en su búsqueda de la verdad no acepta dogmas.
Aparte de no ser el centro del sistema solar, descubrimos que las estrellas
eran soles como el nuestro, o más exactamente, que nuestro Sol no era más que
una estrella entre una multitud de ellas. Mucho tiempo después se descubrió que
el universo era mucho más grande de lo que se imaginaba: nubes espirales que se
creían formadas por gas y pertenecientes a nuestra galaxia, Vía Láctea,
resultaron ser otras galaxias como las nuestras. Agrupaciones de centenares de
miles de millones de estrellas que son detectables hasta el límite del universo
observable.
En los años 70
y 80 del siglo pasado, los textos de astronomía aún mantenían esta postura
antropocentrista de forma suavizada, preguntándose si habría planetas alrededor
de otras estrellas, o si nuestro Sol sería especial por albergar planetas, y en
especial, planetas aptos para la vida.
El público
amante de la ciencia (entre los que me contaba) veía como obvio que las
estrellas tuvieran planetas, una idea postulada por Giordano Bruno en el siglo
XVI, y que le costó la vida en la hoguera de la Inquisición. En particular,
para el autor de estas líneas resultaba increíble el nivel de escepticismo que
llevaría a preguntarse si habría planetas fuera de nuestro sistema.
Estamos en una
era fascinante. La respuesta no se hizo esperar; por medio de interferometría
óptica, por técnicas de ocultación, e incluso hasta por observación directa con
telescopios en tierra y en órbita, la ciencia ha encontrado una cantidad enorme
de planetas extrasolares que a la hora de escribir estas líneas cuenta 778. Por
las limitaciones en las técnicas hemos encontrado principalmente gigantes
gaseosos (como Júpiter) muy cercanos a las estrellas, aunque el número de
planetas un poco mayores que la tierra (supertierras) está aumentando y
eventualmente comenzaremos a hallar los análogos extrasolares de nuestro
planeta.
Según un
estudio reciente se estima que cada estrella de nuestra galaxia tiene en
promedio 1.6 planetas a su alrededor. Este estimativo es demasiado conservador.
Si nuestro sistema solar tiene ocho planetas y más de 170 lunas, resulta
ridículo pensar que el promedio para las estrellas en nuestra Galaxia sea un
poco más de un cuerpo por sol.
Si
extrapolamos este promedio absurdamente conservador al resto del Cosmos, nos
encontraremos con una cifra abrumadora de posibles planetas en el universo: un
número en el orden de 100.000 trillones (1 seguido de 23 ceros).
Las
conclusiones para nuestro lugar en el universo, y para entender los procesos
que dieron origen a la vida son abrumadoras. En un universo así de grande, la
vida, aunque fuera un accidente extremadamente improbable para un planeta,
sería prácticamente inevitable en la totalidad del universo. Y si como las
últimas teorías de abiogénesis sugieren, la vida surgió por un proceso simple y
común en los entornos prebióticos de planetas con vulcanismo, entonces el
Universo debe bullir en vida de todo tipo.
Todo
científico actual debería haber aprendido la lección de los últimos 400 años:
apostar al copernicanismo. Entre dos opciones, una de las cuales resalta
nuestra "importancia" o "singularidad", y otra apunta a lo
contrario, apueste a la última. Y si me permiten aventurar una apuesta,
basándome en lo anterior, suponiendo que nuestro sistema solar no es especial,
sino muy común, voy a que el promedio de planetas en las estrellas del
Universo, en general, no será de 1.6 sino de unos 9 o 10. Veremos si la
posteridad avala mi corazonada.
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