MATRIOSKA ATÓMICA
Por Guillermo Guevara Pardo
Uno de los más espectaculares logros alcanzados por la filosofía en la antigua Grecia, es sin duda el concepto de que toda la materia es de naturaleza atómica. Demócrito, Leucipo y Epicuro son los nombres que siempre se han asociado a tan iluminadora idea. Ellos, y otros pensadores de la Hélade, intentaron dar una explicación racional a los fenómenos del mundo recurriendo a causas naturales, sin intervención de la plétora de dioses (llenos de apetitos y debilidades extrañamente humanos) que habitaban las cumbres del Olimpo de Zeus, el inframundo de Hades o los fondos oceánicos de Poseidón.
Para los
filósofos mencionados los átomos eran compactos, sin partes, indivisibles,
homogéneos, infinitos en número, y animados por movimiento constante y eterno.
Demócrito de Abdera sostenía que la materia estaba formada por átomos y vacío.
Fuego, aire, tierra y agua eran atómicos y entonces dejaban de ser los
componentes fundamentales del mundo; el alma también estaba compuesta de
átomos. Los mundos los concebía ilimitados, increados y sujetos a constante
cambio; nada nace de lo que no existe, ni retorna a lo que no existe; la
creación no tiene principio ni fin y fluye en un tiempo verdaderamente
infinito. El filósofo de Abdera otorgaba un papel muy limitado a los dioses, no
tenían nada que ver en la marcha del mundo que se explica mejor recurriendo a
leyes físicas: la materia es todo, todo es materia.
Durante
siglos la existencia de los átomos se apoyó en pruebas circunstanciales, lo que
permitió que hubiera acérrimos defensores de la inexistencia de los mismos y
que la idea permaneciera como una mera especulación hasta prácticamente el
siglo XIX. Por ejemplo, Ernst Mach (1838-1916) y Wilhelm Ostwald (1853-1932),
eran las cabezas más visibles de quienes negaban el principio atómico. Incluso
Ostwald se atrevió a decir: “Si ven átomos, tráiganme cien”. Con el trabajo del
inglés John Dalton (1766-1844) se empiezan a acumular pruebas de su existencia
y cuando el ruso Dimitri Mendeleiev (1834-1907) organizó los elementos químicos
conocidos hasta ese entonces en una Tabla Periódica, surgió entonces la duda
acerca de su naturaleza homogénea e indivisible. Finalizando el siglo, en 1897,
el equipo científico liderado por el británico Joseph John Thomson (1856-1940)
identificó la primera partícula atómica, el electrón. El átomo dejaba de ser
indivisible. Posteriormente, ya en el siglo XX, se descubrieron el protón y el
neutrón (constituyentes del núcleo atómico), los neutrinos, los bosones y otros
componentes del abigarrado zoológico subatómico.
Algunos
fenómenos físicos hasta entonces mal comprendidos, como la radiactividad, se
explicaba mejor si protones y neutrones estuvieran compuestos por unas
estructuras internas aún más pequeñas. Es así como surge, en los años 1960, la
teoría de los quarks (la palabra quark fue el aporte de la literatura): estas
partículas serían las constituyentes de protones y neutrones. La ciencia iba
descubriendo su propia matrioska atómica. En la década siguiente, en los
aceleradores de partículas, se empezaron a descubrir los diversos quarks: up
(u), down (d), charm (c), strange (s), top (t) y bottom (b). Se elabora además
un cuerpo teórico, el llamado modelo estándar, que describe las interacciones
entre las fuerzas físicas (gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte,
fuerza nuclear débil) y las distintas partículas atómicas. Según el modelo
estándar toda la materia está compuesta por quarks (u y d), leptones
(electrones y neutrinos) que se caracterizan por ser partículas elementales,
indivisibles, y los bosones que son las partículas transmisoras de las fuerzas:
fotón para el electromagnetismo, gluón para la fuerza nuclear fuerte, bosones W
y Z para la fuerza nuclear débil, y el gravitón (aún no detectado) para la
fuerza de gravedad. La masa de las partículas surge de su particular
interacción con el ubicuo campo de Higgs, cuyo bosón se detectó el año pasado
en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por su sigla en inglés).
En el modelo
estándar las partículas atómicas se clasifican en dos grandes grupos: los
fermiones (quarks y leptones) y los bosones. Los fermiones se organizan en tres
generaciones: la generación I está constituida por los quarks u y d, el
electrón y el neutrino electrónico; la generación II (más masiva) la conforman
los quarks c y s, el muón y el neutrino muónico; de la generación III (aún más
masiva que las dos anteriores) hacen parte los quarks t y b, el tauón y el
neutrino tauónico. Si las cosas del mundo se construyen con las partículas de
la generación I, ¿por qué existen las de las otras dos?, ¿qué función
desempeñan?
Hasta
ahora el modelo estándar y los experimentos apuntan a que todas estas
partículas son elementales. Pero, ¿existe la posibilidad de que ellas estén a
su vez formadas por otros componentes aún más pequeños? Algunos científicos
piensan que sí y han designado a esos componentes con el nombre de preones: uno
de los modelos propone que quarks y leptones estarían conformados por tres
preones y los bosones por seis. La evidencia, como durante siglos ocurrió con
la teoría atómica, es hasta ahora circunstancial. Un protón se puede
transformar en neutrón (y viceversa) por mutación de uno de sus quarks; dicho
cambio se explicaría si los quarks estuvieran formados por preones. Las
partículas de la segunda y la tercera generaciones parecen ser formas
especiales de las de la primera generación. En las de las generaciones II y III
los mismos tipos de preones se organizarían de una manera particular. ¿Estarían
los preones, a su vez, constituidos por otros componentes aún más pequeños?
En ciencia
la validez o falsedad de una propuesta teórica surge de la prueba experimental.
Se espera que para 2015, cuando el LHC alcance sus mayores niveles de energía,
el experimento corrobore o refute la existencia de los preones. El carácter
infinito de la ciencia es el reflejo de la naturaleza infinita de la materia.
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