LA MEDICINA Y SUS METÁFORAS
Por Klaus Ziegler
No fue la simple curiosidad por comprender la
compleja anatomía humana lo que llevó a Andreas Vesalio a emprender sus
meticulosas disecciones.
Su
labor siempre estuvo motivada por el afán de vindicar la medicina helénica,
para lo cual debía hallar los canales por donde fluye el más elusivo de los
cuatro humores: la bilis negra, responsable del cáncer y la melancolía. Pero en
ninguna de las extraordinarias litografías que ilustran su obra inmortal, “De
Humanis Corporis Fabrica”, aparece rastro alguno de los misteriosos ductos. No
deja de ser irónico que el más ferviente defensor de la tradición galénica
fuera quien en últimas terminase enterrándola, con su silencio.
La idea de considerar la
salud como una expresión de la armonía corporal se remonta a Hipócrates, en
Occidente, y es un concepto antiquísimo en las medicinas orientales. Para el
padre de la medicina, la enfermedad era fruto del desequilibrio entre cuatro
humores fundamentales que fluyen a través del cuerpo: la sangre, la flema, la
bilis amarilla y la bilis negra o atrabilis, cuyo origen, se suponía, residía
en el hígado. La teoría de los humores era flexible, cerrada y completa (al
igual que el sicoanálisis), y daba cuenta de la enfermedad, cualquiera ella
fuera. La exclusiva influencia de Galeno durante más de catorce siglos es tan
comprensible como el predominio de Freud durante cincuenta años.
Explicar los fenómenos
biológicos a través de símiles ha sido un rasgo común a toda la medicina
precientífica. Los humores de Galeno podrían cambiarse por otro efluvio sin
alterar la teoría. Asimismo, da igual hablar del “desequilibrio” de los humores
que de las “perturbaciones” del chi o de cualquier otra “energía”. En la
medicina de la antigua India, por ejemplo, la “desobstrucción” de los nadís
(canales del praná) era imprescindible para garantizar una buena salud. En
todos los casos la metáfora es la esencia del modelo: la salud y la enfermedad se
contraponen como la luz y la sombra, como el hielo y el fuego, y todo mal
proviene de la pérdida de la armonía vital. Nadie niega que haya belleza
literaria e imaginación en esas concepciones precientíficas. Pero los canales
akásicos o los chakras son tan reales como los conductos que en vano buscó
Vesalio durante toda su vida. Y el chi, tan real como la bilis negra.
En la medicina
tradicional china, la red de canales por donde fluye el chi se ajusta al mapa
astrológico, y cada casa del zodíaco encuentra su contraparte en el cuerpo
humano. Visto desde una perspectiva moderna, la improbabilidad de esa
coincidencia está por debajo de lo infinitesimal. Pero debemos entender que la
idea se ajusta a un principio en la filosofía oriental, el cual supone una estrecha
correspondencia entre los cielos y la Tierra. No podemos olvidar que Kepler se
inspiró en un bello símil entre la simetría única de los sólidos platónicos y
la perfección mecánica de los cielos para formular sus inmortales leyes
planetarias.
La teoría de la armonía
y el desequilibrio de las energías vitales es sin duda la más elemental,
después de aquella que atribuye la enfermedad a la voluntad malévola de seres
sobrenaturales o al castigo divino. Lo realmente increíble es que el mismo
modelo primitivo, ancestral, persista intacto en casi todas las llamadas
“medicinas alternativas”, apoyado, esta vez, en la parafernalia espuria de la
jerga seudocientífica. Poca credibilidad tendría un bioenergético si en sus
curas invocara duendes, brujas o meridianos astrológicos (aunque no falta
quienes se atreven, y convencen). Su discurso debe adaptarse a las exigencias
de una época dominada por paradigmas científicos. De ahí que los viejos
efluvios reciban ahora nombres sofisticados: “energías bioplásmicas”, “campos
de resonancia mórfica”. Los antiguos canales etéricos hoy podrían llamarse
“canales biocuánticos”; los chakras, “centros semiconductores de
bioinformación”.
Y no son únicamente los
cielos los que encuentran una proyección corporal. En la auriculoterapia, el
organismo entero se mapea en el pabellón auricular, cuya forma coincide con la
figura de un homúnculo en posición fetal (el lóbulo de la oreja representa la
cabeza). Paul Nogier, creador de la entelequia, no tiene la menor duda acerca
de la existencia de ese perfecto isomorfismo cuando afirma que "la agudeza
visual se incrementa en los diestros, si llevan un pendiente del lado derecho,
y en los zurdos, si lo llevan en el lado izquierdo" (el pendiente perfora
justamente la zona del ojo). Su teoría Incluso explica por qué los piratas
acostumbraban usar aretes: según Nogier, para poder otear los barcos a la
distancia. ¡Y no es chiste!
En ningún otro lugar de
la medicina la metáfora llega a ser más bella y literaria que en las terapias
florales del excéntrico médico galés Edward Bach. La enfermedad, para Bach, era
la manifestación de una falta de armonía entre la mente y el espíritu. El
método terapéutico consistía en descubrir las fallas morales y corregirlas con
el ejercicio de la virtud. De ahí que fuera la flor el vehículo perfecto para
restablecer en nuestro ser las cualidades armónicas perdidas, eliminando el
desequilibrio. ¿El remedio? He aquí algunos: olivo para la fatiga existencial,
violeta de agua para la introversión, genciana para la depresión, alerce para
la inseguridad, madreselva para la nostalgia, avena silvestre para el
nerviosismo y castaño rojo para la ansiedad. La alegoría es admirable, aunque
los resultados nimios, pues ni el pobre Bach gozó alguna vez de buena salud.
La belleza cándida de
esas teorías contrasta con el discurso zafio propio de buena parte de la
medicina alternativa. Y no es la pretensión científica lo que indigna, sino el
engaño. La magnitud del negocio puede deducirse del número de horas que los
medios dedican a promocionar panaceas que prometen curas mágicas para la
diabetes, los problemas cardíacos, la artritis, la depresión, el cáncer… Y todo
ello sin necesidad de recurrir a métodos invasivos: sin jeringas ni cirugías,
sin quimioterapias ni cateterismos, y a precios, en comparación, exiguos.
Si los fármacos y
procedimientos de la medicina alopática deben someterse a rigurosas pruebas de
laboratorio, y a innumerables ensayos clínicos, ¿por qué no se utiliza el mismo
rasero cuando se trata de medicinas alternativas y drogas naturistas? Es hora
de que los organismos reguladores del sistema de salud exijan pruebas sólidas
de su eficacia, máxime si tenemos en cuenta que en la gran mayoría de los casos
los procedimientos alternativos jamás han demostrado tener una eficacia por
encima del tratamiento con placebos. Y no son pocas las circunstancias en que
esas drogas resultan tóxicas o se convierten en formas de enmascarar
enfermedades progresivas y potencialmente mortales. Los costos para el sistema
de salud son incalculables, solo proporcionales al lucro generado por prácticas
irresponsables que se alimentan de la ignorancia y prosperan en el dolor y la
desesperanza.
Tomado de El Espectador, 1 de febrero de 2013
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