¿POR QUÉ AÚN CUESTA TANTO ACEPTAR LA TEORÍA DE LA
EVOLUCIÓN?
Por María de la Luz Cárdenas. CNRS, Unidad Bioenergética e
Ingeniería de proteínas (BIP). Marsella, Francia
A pesar de las muchas pruebas acumuladas que apoyan la
realidad de la evolución, siguen existiendo contendedores, aún entre personas
cultas. Es un fenómeno que debe de interesar a bioquímicos y biólogos
moleculares, pues los detractores de la evolución se hacen cada vez más activos
e incluso utilizan el lenguaje de la bioquímica. UyC
La
teoría de la evolución, núcleo de la biología moderna, es uno de los logros más
importantes de la historia de la ciencia. En el lenguaje común, teoría significa suposición o
especulación, pero en ciencia, la palabra teoría se refiere a una explicación
completa de una característica importante de la naturaleza, basada en una
multitud de hechos reunidos a lo largo del tiempo, y que permite hacer
predicciones sobre fenómenos que todavía no se han observado. Así, la teoría de
la evolución da un marco conceptual para comprender la diversidad biológica y
las relaciones entre los diferentes organismos y sus características. Explica
por qué algunos organismos que parecen muy diferentes son, en realidad,
próximos y por qué otros que parecen similares son, en realidad, distantes.
Esta teoría explica también la aparición de la especie humana y su relación con
las otras especies: todos los entes vivos del planeta forman parte de una línea
evolutiva única, pues todos los organismos presentan esencialmente el mismo
código genético1,2 (exactamente
el mismo en la gran mayoría de los casos y casi el mismo en las mitocondrias de
unos pocos linajes).
En
los 150 años transcurridos desde la publicación de El origen de las especies por
selección natural, terremoto sin paralelo al exponer una nueva visión de la
diversidad biológica, la
teoría formulada inicialmente por Darwin se ha enriquecido y fortalecido con
contribuciones de varias disciplinas como la genética, la bioquímica, la
biología molecular, la paleontología, la antropología, la geología, las
matemáticas, la estadística y otras. Así, sobre la base del conocimiento de los
períodos geológicos, ha sido posible aumentar el registro fósil porque se ha
investigado en los lugares adecuados. Por ejemplo, la teoría evolutiva predice
que hace unos 375 millones de años habría existido una o más criaturas con
características tanto de pez ancestral como de los animales terrestres que
existieron posteriormente. Un equipo de científicos decidió buscar en una roca
sedimentaria que se depositó más o menos en este tiempo y, en 2004, al norte de
Canadá se encontró lo que se había predicho: el fósil de una criatura con
características de los peces (escamas y aletas) y características de los
habitantes de la tierra (pulmones primitivos, cuello flexible y aletas
modificadas para soportar su peso).1 Los huesos de las extremidades de este
fósil, llamado Tiktaalik,
se asemejan a los huesos de las extremidades de los animales terrestres
actuales.
El
registro fósil constituye una buena ilustración de la realidad de la evolución,
sin embargo, no hay que olvidar que existen también otras evidencias, de modo
que aunque no se hubiera encontrado ningún fósil, esto no pondría en duda la
realidad de la evolución. Es decir, la existencia de fósiles es fascinante y ha
contribuido significativamente a esclarecer la historia evolutiva; pero como lo
expresa muy bien Dawkins2, aun cuando no existiera fósil alguno, la
realidad de la evolución no estaría en duda, pues los estudios comparativos de
los organismos modernos apoyan fuertemente la existencia de evolución. Es un
punto importante a tener in mente
porque, a menudo, los creacionistas se apoyan en las brechas en el registro
fósil para atacar la teoría de la evolución. Como en todo dominio científico,
aún hay preguntas que responder, pero no hay controversia sobre la realidad de
la evolución: además de una teoría es un hecho. Las diferencias de opinión que
existen son más bien sobre detalles como, por ejemplo, la importancia relativa
de los diferentes mecanismos de evolución.1
Contendedores de la teoría
evolutiva
Si
se considera todo lo dicho anteriormente es sorprendente que aún se ponga en
duda la realidad de la evolución. Los científicos (bioquímicos y biólogos
moleculares) deberíamos reflexionar sobre las razones que hacen que una
fracción significativa de la población en Estados Unidos, y progresivamente en
Europa, no acepte aún la evolución como un hecho científico,3,6 pese a la gran cantidad de pruebas, y
en particular la evolución de los humanos. Deberíamos preguntarnos también por
qué los creacionistas, los neocreacionistas y los partidarios del diseño inteligente logran reclutar partidarios en el
mundo filosófico y científico (especialmente entre matemáticos y físicos),
personas que distan de ser ignorantes. En el siglo XXI, el problema en vez de
desaparecer parece ir en aumento, pues los contendedores de la evolución
devienen más y más activos como señalan muy bien el paleoantropólogo Pascal
Picq5 y el teólogo
dominico e historiador de la ciencia Jacques Arnould.6 Los científicos debemos reflexionar
sobre qué hacer frente a este problema, pues están en juego el principio del
laicismo y la enseñanza correcta de las disciplinas científicas. Además, la
constatación diaria de la presencia de seudociencia en los medios de
comunicación, aun en programas que en principio son serios y que pretenden, por
ejemplo, dar consejos biomédicos, tiende a confundir a la opinión pública y
crea un terreno fértil para la difusión de ideas que ponen en duda la
evolución. Esta tendencia, desgraciadamente, aumenta en vez de disminuir.
Otro hecho sorprendente es la
diversidad en la manera de pensar de los contendedores de la evolución, lo que
indica que vale la pena preguntarse qué tienen en común, pues va más lejos que
simplemente una fe religiosa, como podría pensarse. Según Pascal Picq,5 los adversarios de la teoría de la
evolución tienen en común una falta de comprensión de conceptos claves tales
como: el azar, la selección natural, la contingencia y la ausencia de
finalidad. ¿De dónde puede derivar esta incomprensión? El azar, la selección
natural y la contingencia son fuente de dificultad dados sus fundamentos
materialistas. La idea que podamos ser el resultado sólo de propiedades de la
materia y, por tanto, de leyes fisicoquímicas (leyes de la naturaleza), se
opone fundamentalmente al naturalismo occidental y, por tanto, los
contendedores de la evolución pueden reclutar partidarios en un ancho espectro
de formas de pensamiento religioso, filosófico y científico, incluso de algún
galardonado con el premio Nobel.5,6 Además, existe una gran incomprensión
de la teoría de la evolución y una real ignorancia sobre el avance de la
biología y de la teoría de la evolución durante estos 150 años.
¿Por qué la evolución se opone al
naturalismo y por qué esto importa?
Cosmogonías y ontologías
Una
característica de la especie humana ha sido tratar de comprender el mundo que
la rodea. Así, las diferentes poblaciones han desarrollado cosmogonías, es
decir, relatos orales o escritos que tratan de explicar en forma coherente el
entorno, el cosmos y el origen de dichas poblaciones. Esta característica
humana de hacerse preguntas y tratar de encontrar respuestas ha creado una
diversidad fascinante de relatos que presentan, sin embargo, conceptos míticos
recurrentes, como la separación del cielo y de la tierra, el paraíso perdido,
el pilar del mundo o la creación a partir de un ser antropomorfo. Habría una
filogenia de relatos míticos como lo hay de lenguas.5
Las
diferentes poblaciones han desarrollado también diferentes tipos de relaciones
entre el cuerpo, el espíritu y el mundo. Así, se pueden considerar cuatro tipos
de relaciones u ontologías: totemismo, animismo, analogismo y naturalismo.5 Si bien en cada población humana puede
predominar una de estas cuatro ontologías, las otras pueden estar también presentes,
pero en menor grado. ¿Por qué es importante interesarse en estas diferentes
maneras de pensar? Porque el grado de dificultad que encuentra una teoría
científica para ser aceptada depende de si se opone o no a la ontología
dominante. En el caso de la teoría de la evolución, se opone claramente a la
ontología naturalista imperante en nuestra cultura.
En
efecto, nuestra civilización occidental deriva de la cultura de los pueblos
mediterráneos, y en ellos el modo de pensar predominante es el naturalismo: el
cuerpo tiene características materiales que comparte con los otros organismos
vivientes. El espíritu (o alma) viene en cambio de otro lado. El monoteísmo
(judaísmo, cristianismo o islam) es fundamentalmente naturalista, como todas
las formas de pensamiento trascendentales. En el pensamiento naturalista, el
espíritu es privativo del hombre. La tradición occidental está marcada por una
filosofía y religión naturalista, que en cierta manera establece una cuasi
equivalencia entre el hombre y el espíritu. Habiendo sido creada a la imagen de
Dios, sólo la especie humana posee espíritu. Durante milenios, la filosofía
naturalista ha discutido la diferencia entre el hombre y el animal y se ha
tendido a negar la capacidad cognoscitiva de los animales; sólo el hombre
tendría esa capacidad. En las culturas animistas, en cambio, como la cultura
japonesa, la capacidad cognoscitiva de animales no presenta problemas y es
aceptada fácilmente porque el «espíritu» o interioridad se encuentra no sólo en
el hombre, sino también en los otros seres vivientes como los animales y, a
veces, también las plantas. Las diferencias son más bien de forma. No hay
antropomorfismo propiamente dicho.
Además,
desde un punto de vista científico, heredamos de Aristóteles la idea de escala
de especies, en cuya cima estaría la especie humana, única y superior.
Aristóteles describió más de 400 especies animales y fue el primero en comparar
las diferentes partes de los organismos y a realizar una clasificacion.7 Dedujo que la naturaleza estaba
organizada según un diseño y que los diferentes organismos se pueden ordenar
según una escala que se eleva hasta el hombre. Esta jerarquía se explica porque
hay una finalidad: la tendencia al perfeccionamiento. Para Aristóteles no puede
haber transformación de una especie en otra, porque cada una es perfecta a su
nivel, idea derivada del idealismo de Platón. Vemos que el pensamiento
aristotélico, muy arraigado en la cultura occidental, se opone claramente a la
teoría de la evolución.
Según
Aristóteles, la idea precede a la forma. Si tenemos manos es porque somos
inteligentes. Más aún, nos pusimos de pie a causa del predominio del
pensamiento sobre el cuerpo. El pensamiento (la función) crea la forma (el
órgano). La idea aristotélica que la especie humana es bípeda porque en
nosotros predomina el cerebro sobre el cuerpo está muy arraigada y repercutió
en la reconstrucción de la historia de la humanidad. Así, hasta la segunda
mitad del siglo XX se pensó que el evento primordial que separó nuestra línea
evolutiva del resto de los antropoides fue el aumento del tamaño del cerebro;
el ponerse de pie sobre los miembros posteriores aparecía como un evento
secundario, consecuencia del primero. Sin embargo, el registro fósil indica una
secuencia inversa: la bipedalidad vino primero, después aumentó progresivamente
el tamaño del cerebro.2Lucy era bípeda, pero su cerebro era
aproximadamente del mismo tamaño que el de un chimpancé.
Así,
desde hace milenios ha existido una tendencia a colocar la especie humana
aparte y a separarla lo más posible del resto de primates. Ha existido un
abismo entre el concepto de animal-máquina y el hombre pensante. El cuerpo se
puede clasificar y puede estar próximo a los otros primates, pero el alma, sea
política o moral, o aún la consciencia, la razón o la inteligencia permanecen
como el atributo del espíritu que predomina sobre el cuerpo. Esta dualidad
cuerpo-espíritu alcanza un clímax con René Descartes, en el siglo XVII, quien
entrega el cuerpo a la ciencia y reserva el alma a Dios. Por eso, el estudio de
la evolución de la consciencia desempeña un papel clave a nivel de la
comprensión de la evolución del hombre y merece un estudio serio. En el año
2005, la revista Science,
para celebrar su aniversario 125, editó un número especial con las 125
preguntas más importantes que deberían ser contestadas. Es muy estimulante ver
que en segundo lugar la pregunta es justamente: ¿Cuáles son las bases
biológicas de la consciencia?
No
es de extrañar, pues, que la idea que la especie humana considerada como única
pueda haber resultado de un largo proceso evolutivo sea una idea de los tiempos
modernos y que para emerger haya tenido que batallar sin cesar contra
concepciones dogmáticas de orden religioso o filosófico, y que tenga que seguir
batallando. El diseño inteligente ha
adquirido frente a la opinión pública una respetabilidad científica al
revestirse de un ropaje de bioquímica,8 e introducir el concepto de complejidad irreductible,
propulsado por Michael Behe, que es un bioquímico. Los miembros de sociedades
científicas como la SEBBM no podemos quedarnos indiferentes, pues es la
enseñanza de la ciencia lo que está en juego y, en particular, la enseñanza de
la biología. Si se detiene la enseñanza de la evolución es toda la biología que
se desploma.
Notas
1 National
Academy of Sciences and Institute of Medicine. Science,
Evolution and Creationism. The National Academies Press, Washington, DC,
2008.
2 Dawkins,
R. The Ancestor’s Tale. A pilgrimage to the Dawn of life. Weidenfeld & Nicolson,
2004.
3
Cornish-Bowden, A. y Cárdenas, M. L. «The threat from creationism to the
rational teaching of biology» Biol Res 2007;
40: 113.
4 Padian,
K. y Matzke, N. «Darwin, Dover, «Intelligent Design and textbooks», Biochem
J 2009; 417: 29.
5 Picq, P. Lucy et l’obscurantisme. Odile Jacob,
París, 2007.
6 Arnould, J. Dieu versus Darwin. Éditions Albin
Michel, París, 2007.
7 Picq, P. Les origines de l’homme. Éditions
Tallandier, París, 2005.
8 VV. AA. Dossier científico: Diseño Inteligente, la
máscara bioquímica del creacionismo. SEBBM núm. 153 (2007).
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