60 AÑOS DEL ADN
Por Guillermo Guevara Pardo, Tribuna
Magisterial, abril 21 de 2013
Hace 60 años James
Watson y Francis Crick, en el Laboratorio Cavendish de la Universidad de
Cambridge y, Maurice Wilkins y Rosalind Franklin, en el King’s College de
Londres, lograron el avance científico más significativo de la historia de la
Biología: descubrieron la estructura en doble hélice de la molécula del ácido
desoxirribonucleico (ADN). Con dicho descubrimiento se llegó a una comprensión
más profunda de los fenómenos biológicos, se halló la explicación que le faltó
a Charles Darwin y fueron muchas las esperanzas de aplicaciones tecnológicas
que se abrieron (ingeniería genética).
Pero la historia había
empezado antes, en la segunda mitad del siglo XIX, con el sacerdote agustino
Gregor Mendel, en Brünn (hoy Brno), en la actual República Checa, y con un
taciturno médico suizo, Friedrich Miescher, en las ciudades alemanas de
Tübingen y Leipzig. Durante años, en los 250 metros cuadrados del jardín de su
monasterio, Mendel se dedicó a cruzar plantas de arveja y a observar
cuidadosamente la manera como ciertas características de esos vegetales se
heredaban generación tras generación. Su detallado trabajo experimental y un
sencillo análisis matemático, le llevaron a concluir que cada uno de los rasgos
por él estudiados estaban determinados por unos “factores” (hoy llamados genes)
independientes unos de otros. Como el trabajo de Mendel se hizo con
desconocimiento total de las bases materiales de la herencia, los “factores”
por él propuestos para explicar los resultados de sus experimentos les
parecieron a sus pares científicos una especulación sin ninguna base creíble,
contingencia histórica que llevó su investigación al olvido, hasta principios
del siglo siguiente.
Por esa misma época
Miescher estaba investigando la composición química del núcleo de las células
del pus (glóbulos blancos) donde encontró una sustancia de carácter ácido a la
que llamó “nucleína”. El material de estudio lo obtenía de las vendas usadas
que generosamente le proporcionaba una clínica cercana a su laboratorio. Los
análisis químicos de los núcleos de células de distintas especies animales
demostraron la particular ubicuidad de la recién descubierta nucleína. El
médico suizo nunca sospechó que esa sustancia pudiera estar vinculada a los
procesos de la fecundación y de la herencia; incluso llegó a negar su
participación en esos eventos. Para tales efectos prefería recurrir a las
proteínas, moléculas consideradas más adecuadas para explicar la gran
diversidad del mundo vivo, tesis favorecida por los biólogos de su tiempo.
Recién iniciado el siglo
XX se redescubre el trabajo de Mendel, naciendo así la genética como una nueva
rama en el frondoso árbol de la biología; en los años 1920 se encuentra que la
nucleína está formada por dos ácidos: el ADN y el ARN (ácido ribonucleico) y
entre las décadas de los años 1940 y 1950 se demuestra, sin ningún asomo de
duda, que el ADN es la molécula portadora de la herencia. Todos estos logros
científicos prepararon el camino para que Watson, Crick, Franklin y Wilkins
anunciaran en el año 1953, en la prestigiosa revista Nature, que habían
descubierto la estructura de la molécula de ADN. A este monumental hallazgo
contribuyó notablemente la biofísica inglesa Rosalind Elsie Franklin, quien
había logrado captar la imagen clave que demostraba que el ADN estaba formado
por dos hélices y que fue dejada ver por Wilkins, sin autorización de la
investigadora, a Watson y Crick. La brillante científica no pudo disfrutar de
los laureles del premio Nobel de Medicina otorgado en 1962 a sus tres colegas,
pues murió en 1958 víctima de un cáncer de ovario.
A partir de entonces la
molécula de ADN ha brindado numerosos avances científicos y novedosos
desarrollos tecnológicos. La historia de su descubrimiento es un triunfo del
método científico y de la concepción que sostiene que la ciencia es el camino
más seguro que hay que recorrer si deseamos tener un conocimiento racional de
cómo funciona el mundo. La sexagenaria armazón del ADN aún guarda para nosotros
infinitas sorpresas.
Fuente: moir.org.co
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